sábado, 22 de diciembre de 2018

La sociedad del espectáculo (Guy Debord)

La sociedad del espectáculo es un ensayo filosófico en clave marxista del intelectual francés Guy Debord, nacido en París en 1931 y fallecido el 30 de noviembre de 1994. Debord fundó asimismo la revista Internacional Situacionista, a la que pertenecieron, entre otros, los filósofos Raoul Vaneigem y Eduardo Rothe. Las tesis de La sociedad del espectáculo se deben encuadrar, como se ha dicho, entre la filosofía crítica marxista, dada la exploración de conceptos tales como enajenación, fetichismo de la mercancía o reificación que Debord lleva a cabo para extraer sus conclusiones.
 
Guy Debord

viernes, 7 de diciembre de 2018

Un apunte sobre la crítica a la ciencia

Cuando desde las ciencias sociales o la filosofía se critica algún concepto de las ciencias naturales o algún “saber” científico, éstas a menudo se repliegan y se defienden apelando a su estatus. Pero este estatus nunca se justifica por sí mismo, como si obedeciéramos un mandato divino mediante el cual lo científico estuviese por definición probado de antemano —cuando precisamente la ciencia, si quiere funcionar como tal, debe operar del modo opuesto: la ciencia está obligada a derrotar el dogmatismo que su éxito descriptivo le impone.
 
De esto existen innumerables ejemplos: cada vez que, por ejemplo, alguien apela a las ciencias biológicas para, sin más razón que el estatus científico de éstas, tachar de “anticientíficas” a las teorías críticas con la idea del género, sin esforzarse en comprender a dónde pretenden llegar éstas. La famosísima y denostada afirmación de Heidegger “la ciencia no piensa” puede significar, simplemente, que no lo hace críticamente sobre sí misma: porque "si pudiese pensar, se detendría" como diría Pessoa del corazón.  «Que la ciencia no sabe pensar, no es ningún defecto, sino una ventaja. Sólo eso le asegura la posibilidad de acceso a una determinada región de objetos, según el modo de la investigación, y que se establezca en ella». No es que las teorías críticas con el género sean acertadas o no lo sean: es que la respuesta “científica” que se les da casi siempre es dogmática: implican que el saber científico es incontestable, cuando su historia demuestra infinitas cargas ideológicas con que la cultura sabotea su presunta objetividad. La respuesta a una crítica no puede ser volver al saber científico que la crítica reprendía: tiene que justificar ese conocimiento como tal. No basta con señalar el saber cuando la crítica reflexiona precisamente sobre la legitimidad y la ingenuidad del saber. El conocimiento necesita un diálogo constante más o menos destructivo: dialéctica de la escisión.
 
La crítica filosófica o social de un concepto científico siempre es paralela al conocimiento que éste nos revela, es decir, que la crítica ante todo tratará de hacernos meditar qué conocimientos hemos supuesto para asimismo alcanzar este último eslabón del conocimiento, razón por la cual el propio conocimiento no vale ya como medida de ninguna verdad. La crítica tiene, si se quiere decir así, un proceder siempre truculento, no sólo porque implica una amplia gama de saberes necesarios de que dispone según el caso para enfrentar un saber concreto, sino porque escarba con malicia en ellos, pretendiendo así no florecer ningún conocimiento, sino pudrir los frutos que éste conocimiento criticado pueda ofrecernos. O lo que es lo mismo: la crítica funda allí donde penetra un saber añadido al conocimiento científico, saber que significa únicamente que ningún saber es genuinamente perfecto, aunque pueda calcular más o menos unas cosas y predecir otras, sin que se le pueda añadir un solo “pero” o siquiera un matiz nuevo.