Se reía Escohotado de las grandes eminencias psiquiátricas que condenaban el uso de sustancias alucinógenas hasta el punto de culparlas de suicidios, daños genéticos, teratogénicos, psicosis, esquizofrenias, etc. Así que un día en que tenía a un joven invitado en casa, un psiquiatra de esta misma e insobornable opinión y que terminaría siendo un experto en toxicología, alguien de entre sus amistades decidió confesar que había vertido cierta dosis de alucinógeno en el té que le habían servido. El psiquiatra sufrió entonces una crisis psicótica que lo llevó a desnudarse y correr campo a través mientras amenazaba con injuriosas denuncias a la benemérita. Nadie logró convencerlo de que, en verdad, no había sido envenenado; y acabó la noche desintoxicándose de un falso envenenamiento por enteógenos. No sabemos si el psiquiatra denunció, más tarde, la ocurrencia de sus "colegas"; y tampoco cuál será su opinión actual sobre las psicosis producidas por enteógenos que, como hemos visto, se producen incluso sin sustancias enteógenas, tan solo con su rumor y su amenaza.
En "Miedo y asco en Las Vegas" dice Thompson sobre «todos aquellos fanáticos del ácido patéticamente ansiosos que creían poder comprar Paz y Entendimiento a tres billetes la dosis»: «(...) una generación de lisiados permanentes, de buscadores fallidos, que nunca comprendió la vieja falacia mística básica de la cultura del ácido: el desesperado supuesto de que alguien (o al menos alguna fuerza) se ocupa de sostener esa Luz al final del túnel». La búsqueda mística a través de las sustancias no la inventaron los hippies en los sesenta, lo que quizá sí distinguiera a esta generación fue la propia ceguera por el entorno económico y la creencia en que podían liberarse del sistema con la promesa de una iluminación que los incapacitó para adaptarse y responder a éste. Sin embargo, según los datos del "Reporte Mundial de Drogas de 2017" sólo un 0,6% de la población mundial padecía algún trastorno motivado por el abuso de sustancias. Y si bien la cifra puede engordarse sumando vagamente los probables casos no diagnosticados, o con problemas de salud más generales derivados del abuso y/o consumo de estas sustancias, la cifra nos seguiría resultando sorprendentemente baja para comprender la guerra política contra las drogas, tan brutal como inefectiva, y el estigma social que motiva su consumo.
En "Miedo y asco en Las Vegas" dice Thompson sobre «todos aquellos fanáticos del ácido patéticamente ansiosos que creían poder comprar Paz y Entendimiento a tres billetes la dosis»: «(...) una generación de lisiados permanentes, de buscadores fallidos, que nunca comprendió la vieja falacia mística básica de la cultura del ácido: el desesperado supuesto de que alguien (o al menos alguna fuerza) se ocupa de sostener esa Luz al final del túnel». La búsqueda mística a través de las sustancias no la inventaron los hippies en los sesenta, lo que quizá sí distinguiera a esta generación fue la propia ceguera por el entorno económico y la creencia en que podían liberarse del sistema con la promesa de una iluminación que los incapacitó para adaptarse y responder a éste. Sin embargo, según los datos del "Reporte Mundial de Drogas de 2017" sólo un 0,6% de la población mundial padecía algún trastorno motivado por el abuso de sustancias. Y si bien la cifra puede engordarse sumando vagamente los probables casos no diagnosticados, o con problemas de salud más generales derivados del abuso y/o consumo de estas sustancias, la cifra nos seguiría resultando sorprendentemente baja para comprender la guerra política contra las drogas, tan brutal como inefectiva, y el estigma social que motiva su consumo.