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viernes, 7 de diciembre de 2018

Un apunte sobre la crítica a la ciencia

Cuando desde las ciencias sociales o la filosofía se critica algún concepto de las ciencias naturales o algún “saber” científico, éstas a menudo se repliegan y se defienden apelando a su estatus. Pero este estatus nunca se justifica por sí mismo, como si obedeciéramos un mandato divino mediante el cual lo científico estuviese por definición probado de antemano —cuando precisamente la ciencia, si quiere funcionar como tal, debe operar del modo opuesto: la ciencia está obligada a derrotar el dogmatismo que su éxito descriptivo le impone.
 
De esto existen innumerables ejemplos: cada vez que, por ejemplo, alguien apela a las ciencias biológicas para, sin más razón que el estatus científico de éstas, tachar de “anticientíficas” a las teorías críticas con la idea del género, sin esforzarse en comprender a dónde pretenden llegar éstas. La famosísima y denostada afirmación de Heidegger “la ciencia no piensa” puede significar, simplemente, que no lo hace críticamente sobre sí misma: porque "si pudiese pensar, se detendría" como diría Pessoa del corazón.  «Que la ciencia no sabe pensar, no es ningún defecto, sino una ventaja. Sólo eso le asegura la posibilidad de acceso a una determinada región de objetos, según el modo de la investigación, y que se establezca en ella». No es que las teorías críticas con el género sean acertadas o no lo sean: es que la respuesta “científica” que se les da casi siempre es dogmática: implican que el saber científico es incontestable, cuando su historia demuestra infinitas cargas ideológicas con que la cultura sabotea su presunta objetividad. La respuesta a una crítica no puede ser volver al saber científico que la crítica reprendía: tiene que justificar ese conocimiento como tal. No basta con señalar el saber cuando la crítica reflexiona precisamente sobre la legitimidad y la ingenuidad del saber. El conocimiento necesita un diálogo constante más o menos destructivo: dialéctica de la escisión.
 
La crítica filosófica o social de un concepto científico siempre es paralela al conocimiento que éste nos revela, es decir, que la crítica ante todo tratará de hacernos meditar qué conocimientos hemos supuesto para asimismo alcanzar este último eslabón del conocimiento, razón por la cual el propio conocimiento no vale ya como medida de ninguna verdad. La crítica tiene, si se quiere decir así, un proceder siempre truculento, no sólo porque implica una amplia gama de saberes necesarios de que dispone según el caso para enfrentar un saber concreto, sino porque escarba con malicia en ellos, pretendiendo así no florecer ningún conocimiento, sino pudrir los frutos que éste conocimiento criticado pueda ofrecernos. O lo que es lo mismo: la crítica funda allí donde penetra un saber añadido al conocimiento científico, saber que significa únicamente que ningún saber es genuinamente perfecto, aunque pueda calcular más o menos unas cosas y predecir otras, sin que se le pueda añadir un solo “pero” o siquiera un matiz nuevo.


jueves, 10 de mayo de 2018

Fragmento: La religión y la nada (Keiji Nishitani)

La religión y la nada es un ensayo escrito por el filósofo japonés Keiji Nishitani, nacido el 27 de febrero de 1900 y fallecido el 24 de noviembre de 1990 en Kioto. En esta obra Keiji pretende dilucidar un nuevo significado para la nada en nuestras vidas, entroncándolo con el pensamiento religioso y criticando la objetivación de la realidad humana a través de la ciencia moderna y la pretensión de ésta por abarcar toda explicación "racional" sin considerar sus límites explicativos, allí donde la filosofía o la religión tienen una cabida más pertinente para dar respuestas a los más íntimos problemas humanos. Para Keiji "la nada" no puede sustraerse de la existencia sino únicamente extraer o de este vacío las realidades religiosas que lo hacen trascender su animalidad. La nada no se opone a la realidad: es su fundamento primero

Keiji Nishitani fotografia en blanco y negro de él sentado con las piernas cruzadas
Keiji Nishitani

lunes, 9 de abril de 2018

La disputa entre Sartre y Camus: pequeño acercamiento a los argumentos de éste último.

Una de las acusaciones más frecuentes que suelen esgrimirse contra el filósofo francés de ascendencia argelina Albert Camus, es la de resultar moralista, casi equidistante, que no aceptaba las contradicciones que una revolución que pretendía acabar con las desigualdades de clase conlleva. Pero no deja de tener su ironía que aquellos que, en general marxistas, sostienen este argumento, a favor por cierto de Jean Paul Sartre —pero también de Merleau-Ponty o Jeason, éste último el oponente más feroz de Camus— con quien como es ampliamente sabido, Camus disputó sobre este tema a raíz de su escrito "El hombre rebelde", se encuentren ellos mismos lejos de sufrir en carne propia las contradicciones de una revolución de este tipo. —El propio Sartre no participó abiertamente durante la resistencia francesa, se limitó a escribir desde su sillón, como Camus le reprocharía, cosa que éste sí hizo. De ello Sartre sólo pudo defenderse diciendo que él no luchaba por evitar que se produjera historia,  sino para hacerla. Más tarde, Jean Paul Sartre le reprocharía a Camus no militar en el partido, cosa que sí había hecho en el pasado. Para él esto se asemejaba a un empate. Tras la muerte de Camus, Sartre lideró algunas de las revueltas más populares de su país—. Y si se las imaginan, ligeramente, nunca es como víctimas. Es fácil defender a la URSS (o a cualquier transición sangrienta de la historia) tildando de moralista impoluto a Camus cuando no eres tú quien se está pudriendo en un Gulag o en un campo de concentración. —Desde luego que también es bien sencillo suprimir nuestro escepticismo y tomar a la Unión Soviética como una caricatura diabólica de sí misma, comparándola al genocidio nacional socialista alemán, cuando el marxismo, filosofía profunda, al contrario que aquella que fundó el fascismo, no hacía necesaria una purga homicida más que en la medida en que un hombre es lo que hace; no es lo que es, por determinación del nacimiento, como sostendrían filosofías fascistas, sin medida de las intrincadas relaciones sociales que se producen en la vida en comunidad, que en su apartado económico el marxismo describió a menudo con precisión y posteriores sociologías han extendido.
 
fotografía en conjunto de Sarte y Camus sentados en el suelo junto a otros intelectuales de la época como Beavouir o Piccaso
Sartre, Camus, Beavouir, Picasso y otros intelectuales

domingo, 7 de enero de 2018

Fragmento: Sobre la buena voluntad, la razón y el instinto (Immanuel Kant)

El siguiente fragmento pertenece al primer capítulo de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, obra filosófica del filósofo prusiano en lengua alemana Immanuel Kant publicada en 1785. En ella, Immanuel Kant, nacido el 22 de abril de 1724 y fallecido el 12 de febrero de 1804, diserta acerca de la moral. El filósofo español Manuel García Morente tradujo esta obra en 1921, en cuyo prólogo nos dice:
 
«La preocupación por los problemas morales es, en Kant, fundamental. Incluso se ha dicho que toda su filosofía teórica es una mera preparación para la filosofía práctica; lo cual, en cierto modo, es verdad, puesto que la crítica limita las facultades metafísicas de la especulación teórica, precisamente para abrir camino a la práctica, y en Kant la religión se funda en la moral y no la moral en la religión».
 
Retrato de Immanuel Kant
Immanuel Kant

viernes, 7 de abril de 2017

20 aforismos de Emil Cioran (Del inconveniente de haber nacido)

Del inconveniente de haber nacido es una colección de aforismos del escritor rumano Emil Cioran. Publicado en 1973, en esta obra será central el tema de la vida como accidente irreparable, pérdida de un paraíso en la muerte, el hastío o la nada.


Fotografía en blanco y negro de Cioran pensativo.
Emil Cioran

sábado, 10 de diciembre de 2016

20 aforismos de François de La Rochefoucauld

Máximas: reflexiones o sentencias y máximas morales es una colección de sentencias o aforismos escritas por el moralista francés François de la Rochefoucauld, nacido en 1613 en París y muerto en 1680. En estos aforismos, la Rochefoucauld desvela maliciosa pero limpiamente algunos de los más nefandos defectos e hipocresías del alma humana, así como realiza una crítica de la filosofía, la religión o la política.  Otros moralistas y excelentes aforistas franceses han sido: Jean de la Bruyére, el Marqués de Vauvenargues, Nicolás Chamfort o Jean de La Fontaine.

François de La Rochefoucauld
Aquí los 20 aforismos enumerados idénticamente al libro:
 

miércoles, 11 de mayo de 2016

Fragmento: El mito de Sisifo (Albert Camus)

El mito de Sisifo en un ensayo filosófico escrito por el autor francés ganador del premio Nobel de las letras Albert Camus en 1942. El título se debe al personaje Sisifo perteneciente a la mitología griega, conocido por el castigo que le impusieron los dioses: cargar con una piedra hasta la cima de una montaña, sólo para que un vez logrado su objetivo, esta ruede hacia abajo y deba de nuevo retomar el proceso una y otra vez durante toda la eternidad. Albert Camus usa esta figura simbólica como ejemplo paradigmático del absurdo de la vida, cuya única salida razonable sería el suicido, tema del que se discute en este ensayo.

viernes, 6 de marzo de 2015

Fragmento: La muerte (Arthur Schopenhauer)

La muerte es un texto perteneciente al recopilatorio de pequeños ensayos escritos por el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, El amor, las mujeres y la muerte. En el libro el pensador alemán hace gala de su ironía maliciosa para desenmascarar diversos procesos naturales desde su filosofía pesimista, siempre con una prosa clara, directa y perfectamente transparente por momentos lúdica, lírica y afilada no recomendable para espíritus de una sensibilidad exacerbada ni para optimistas remilgados.

jueves, 21 de agosto de 2014

Fragmento: El ocaso de los ídolos (Friedrich Nietzsche)

El ocaso de los ídolos (traducido en otras ocasiones como "El crepúsculo de los ídolos" y subtitulado "O cómo se filosofa a martillazos") es un libro del filósofo alemán Friedrich Nietszche escrito en 1888 y publicado por primera vez en 1889. La obra está escrita de modo no sistemático, con aforismos, diatribas y breves escritos de espíritu iconoclasta, amoral ("No hay hechos morales" anuncia en un capítulo) y lenguaje sarcástico. Supone una crítica a los sistemas idealistas, por considerarlos sistemas decadentes que desvalorizan la vida (fábulas perjudiciales, errores contrarios al mundo verdadero, o lo que es lo mismo: el mundo de los sentidos) al prejuicio, a sus contemporáneos o al racionalismo.

martes, 22 de julio de 2014

Fragmento: En las cimas de la desesperación (Emil Cioran)

En las cimas de la desesperación es un libro de aforismos del autor rumano Emil Cioran escrito en 1934 a los 23 años cuando se encontraba al borde del suicidio y publicado un par de años después.

jueves, 17 de julio de 2014

Fragmento: El único y su propiedad (Max Stirner) Introducción


El único y su propiedad es un libro del filósofo alemán Max Stirner publicado en 1844. En este breve y claro ensayo Stirner hace una crítica a todos los sistemas sociales existentes por considerar que sacrifican al individuo, ya sea el Estado, la religión, el humanismo, la ideología o cualquiera otra fuerza coercitiva que pretenda un bien superior o trascendental.

jueves, 3 de julio de 2014

Fragmento: Por qué no soy cristiano (Bertrand Russell)

Por qué no soy cristiano es un ensayo basado en una conferencia pública del filósofo, matemático, escritor y humanista ateo inglés Bertrand Russell el seis de marzo de 1927. En este libro, Russell discute de forma sencilla y con fina ironía los grandes argumentos para la creencia de Dios, así como desmitifica la figura de Jesús o duda de su historicidad.

viernes, 6 de junio de 2014

Fragmento: El árbol de la ciencia (Pio Baroja)

El árbol de la ciencia es una novela semi-autobiográfica escrita por el autor español Pio Baroja y publicada en 1911. La novela, escrita en estilo seco, directo, áspero y descreído, refleja las inquietudes nacionales de la España de finales del siglo XX que pierde sus últimas colonias en América del Sur y Asia tras un conflicto armado con los Estados Unidos de América en 1898. Este evento catastrófico supuso la devastación del Imperio Español y la aparición de una de las generaciones literarias más brillantes de la historia de España, La generación del 98, a la que pertenecían, además del propio Baroja, autores como: Azorín, Machado, Valle-Inclán, Maeztu o Unamuno. El árbol de la ciencia tiene como protagonista al estudiante de medicina Andrés hurtado y trata temas tales como el caciquismo, el patriotismo hipócrita, la estulticia, el materialismo, el idealismo, el nihilismo, la muerte, la resignación o el suicidio.

Pio Baroja firmando
Pio Baroja

Sobre la mayoría de estos temas, debate Andrés con su tío Iturrioz en dos ocasiones que sirven para separar la novela. Les dejo un fragmento de una de ellas:

«- (...) La voluntad, el deseo de vivir, es tan fuerte en el animal como en el hombre. En el hombre es mayor la comprensión. A más comprender, corresponde menos desear. Esto es lógico, y además se comprueba en la realidad. La apetencia por conocer se despierta en los individuos que aparecen al final de una evolución, cuando el instinto de vivir languidece. El hombre, cuya necesidad es conocer, es como la mariposa que rompe la crisálida para morir. El individuo sano, vivo, fuerte, no ve las cosas como son, porque no le conviene. Está dentro de una alucinación. Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un símbolo de la afirmación de la vida. Don Quijote vive más que todas las personas cuerdas que le rodean, vive más y con más intensidad que los otros. El individuo o el pueblo que quiere vivir se envuelve en nubes como los antiguos dioses cuando se aparecían a los mortales. El instinto vital necesita de la ficción para afirmarse. La ciencia entonces, el instinto de crítica, el instinto de averiguación, debe encontrar una verdad: la cantidad de mentira que se necesita para la vida. ¿Se ríe usted?

—Sí, me río, porque eso que tú expones con palabras del día, está dicho nada menos que en la Biblia.

—¡Bah!

—Sí, en el Génesis. Tú habrás leído que en el centro del paraíso había dos árboles, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El árbol de la vida era inmenso, frondoso, y, según algunos santos padres, daba la inmortalidad. El árbol de la ciencia no se dice cómo era; probablemente sería mezquino y triste. ¿Y tú sabes lo que le dijo Dios a Adán?

—No recuerdo; la verdad.

—Pues al tenerle a Adán delante, le dijo: Puedes comer todos los frutos del jardín; pero cuidado con el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que tú comas su fruto morirás de muerte. Y Dios, seguramente, añadió: Comed del árbol de la vida, sed bestias, sed cerdos, sed egoístas, revolcaos por el suelo alegremente; pero no
comáis del árbol de la ciencia, porque ese fruto agrio os dará una tendencia a mejorar que os destruirá. ¿No es un consejo admirable?

—Sí, es un consejo digno de un accionista del Banco —repuso Andrés.

(...)

—Sí, eso define el carácter semítico, la confianza, el optimismo, el oportunismo... Todo eso tiene que desaparecer. La mentalidad científica de los hombres del norte de Europa lo barrerá.

—Pero, ¿dónde están esos hombres? ¿Dónde están esos precursores?

—En la ciencia, en la filosofía, en Kant sobre todo. Kant ha sido el gran destructor de la mentira greco-semítica. Él se encontró con esos dos árboles bíblicos de que usted hablaba antes y fue apartando las ramas del árbol de la vida que ahogaban al árbol de la ciencia. Tras él no queda, en el mundo de las ideas, más que un camino estrecho y penoso: la Ciencia. Detrás de él, sin tener quizá su fuerza y su grandeza, viene otro destructor, otro oso del Norte, Schopenhauer, que no quiso dejar en pie los subterfugios que el maestro sostuvo amorosamente por falta de valor. Kant pide por misericordia que esa gruesa rama del árbol de la vida, que se llama libertad, responsabilidad, derecho, descanse junto a las ramas del árbol de la ciencia para dar perspectivas a la mirada del hombre. Schopenhauer, más austero, más probo en su pensamiento, aparta esa rama, y la vida aparece como una cosa oscura y ciega, potente y jugosa sin justicia, sin bondad, sin fin; una corriente llevada por una fuerza “x”, que él llama voluntad y que, de cuando en cuando, en medio de la materia organizada, produce un fenómeno secundario, una fosforescencia cerebral, un reflejo, que es la inteligencia. Ya se ve claro en estos dos principios vida y verdad, voluntad e inteligencia.

—Ya debe haber filósofos y biófilos —dijo Iturrioz.

—¿Por qué no? Filósofos y biófilos. En estas circunstancias el instinto vital, todo actividad y confianza, se siente herido y tiene que reaccionar y reacciona. Los unos, la mayoría literatos, ponen su optimismo en la vida, en la brutalidad de los instintos y cantan la vida cruel, canalla, infame, la vida sin finalidad, sin objeto, sin principios y sin moral, como una pantera en medio de una selva.

Los otros ponen el optimismo en la misma ciencia. Contra la tendencia agnóstica de un Du Bois-Reymond que afirmó que jamás el entendimiento del hombre llegaría a conocer la mecánica del universo, están las tendecias de Berthelot, de Metchnikoff, de Ramón y Cajal en España, que supone que se puede llegar a averiguar el fin del hombre en la Tierra. Hay, por último, los que quieren volver a las ideas viejas y a los viejos mitos, porque son útiles para la vida. Éstos son profesores de retórica, de esos que tienen la sublime misión de contarnos cómo se estornudaba en el siglo XVIII después de tomar rapé, los que nos dicen que la ciencia fracasa y que el materialismo, el determinismo, el encadenamiento de causa a efecto es una cosa grosera, y que el espiritualismo es algo sublime y refinado. ¡Qué risa! ¡Qué admirable lugar común para que los obispos y los generales cobren su sueldo y los comerciantes puedan vender impunemente bacalao podrido! ¡Creer en el ídolo o en el fetiche es símbolo de superioridad; creer en los átomos, como Demócrito o Epicuro, señal de estupidez! Un “aissaua” de Marruecos que se rompe la cabeza con un hacha y traga cristales en honor de la divinidad, o un buen mandingo con su taparrabos, son seres refinados y cultos; en cambio el hombre de ciencia que estudia la naturaleza es un ser vulgar y grosero. ¡Qué admirable paradoja para vestirse de galas retóricas y de sonidos nasales en la boca de un académico francés! Hay que reírse cuando dicen que la ciencia fracasa. Tontería: lo que fracasa es la mentira; la ciencia marcha adelante, arrollándolo todo».

sábado, 17 de mayo de 2014

Fragmento: Antimanual de filosofía (Michel Onfray)

Antimanual de filosofía en un ensayo escrito por el filósofo francés Michel Onfray en el año 2001. En un comienzo, el libro pretendía ser un manual de filosofía destinado para alumnos de bachillerato; no obstante, con el tiempo abarcó fama de manual provocador en un escrito ágil y locuaz que tocaba temas polémicos con reflexiones personales.

«Los lugares comunes de nuestra época, los tabúes procedentes de las religiones monoteístas, con su reflejo en políticas conservadoras, las hipocresías del mundo, los valores útiles a las mentiras sociales son ridiculizados con humor e ironía, recursos defendidos por los filósofos cínicos de la Antigüedad griega. Por estas páginas campan pajilleros, chimpancés, fumadores de hachís, caníbales, deportistas, policías, supervisores generales, antiguos nazis, presidentes de gobierno y toda una fauna barroca sentada, junta y revuelta, en un banquete filosófico del que no habría arrendado la ganancia ni el mismísimo Sócrates». Prólogo; Jose Antonio Marina.

Michel Onfray firmando un libro
Michel Onfray

¿Por qué no masturbaros en el patio del instituto?

Sí, hombre: ¿por qué no? Pues la técnica es simple, los resultados inmediatos, y todo el mundo sin excepción ha probado, prueba o probará esos placeres solitarios. Entonces, ¿por qué tiene que recaer sobre esta técnica tan vieja como el mundo y los hombres un peso tal de culpabilidad, una semejante carga cultural y social? ¿Cómo justificar el arsenal represivo que envuelve la masturbación? De hecho, no debería preocupar en modo alguno, puesto que entre el productor y el consumidor mal puede imaginarse la posibilidad de un conflicto, de un desacuerdo o un malentendido.

El placer al alcance de la mano

Onán pasa por ser el inventor del asunto -por lo menos si creemos lo que dice la Biblia (Génesis 138, 9)- un día en el que Dios lo requirió para dar hijos a su cuñada que había enviudado recientemente. La ley era así, en la época: cuando una mujer perdía a su marido y se quedaba sin descendencia, el hermano del difunto velaba por la hacía nacer hijos que heredaban fortuna de su hermano fallecido. Para no engendrar en provecho de su cuñado, Onán se masturbaba antes de visitar a la esposa que aguardaba. Dios, al que no le gusta mucho que se burlen de él, menos aún que no se le obedezca, peor, que se piense primero en uno mismo, y de ninguna manera en la familia, en el linaje, maldijo a Onán y luego lo mató. Para caracterizar el pasatiempo de Onán -el vuestro, el nuestro, el de vuestros padres, de vuestros profesores...-, desde entonces se habla de onanismo.

El psicoanálisis (ver el capítulo de la conciencia, pág. 224) ha probado lo natural que es la masturbación. Los etólogos muestran que, en el vientre materno, los niños practican movimientos destinados a procurarse placer. Muy pronto, pues, y según el orden de la naturaleza, el ser humano se da placer en la más absoluta de las inocencias. Más tarde, y a medida que el niño crece, los padres socializan a su prole y la conforman al molde de la sociedad. Se enseña entonces que la masturbación no es una buena cosa, más o menos claramente, más o menos violentamente, con una relativa calma en el mejor de los casos (padres afables y atentos), una violencia castradora en el peor (padres agresivos y sin delicadeza). Todos hemos sido desviados culturalmente de ese movimiento natural por los adultos, que han condenado esta práctica o al gesto íntimo y secreto, o a la práctica culpable y peligrosa, errónea y pecaminosa.

Porque la masturbación es natural y su represión cultural. La Iglesia, muy pronto, condena esta práctica que la incomoda. La historia de Onán, el que agravia a Dios, se reutiliza según las necesidades de los siglos que pasan: se asocia el onanismo al pecado que hay que confesar, después, expiar, se lo compara con la mentira, el disimulo, la enfermedad, la perversión, se asocia a una negatividad perjudicial, de modo que, cuando aparecen las ganas, se las aleje de inmediato por miedo a cometer un pecado. La ciencia toma el relevo más tarde, en particular los especialistas en higiene, que asocian el placer solitario con la desintegración del equilibrio ¡nervioso, físico y psíquico! Los curas amenazaban a los masturbadores con el infierno, los médicos, con la debilidad psicológica y mental: prometían las peores enfermedades para los enganchados a este deleite. ¿Por qué razón la masturbación natural y reguladora de una sexualidad que no encuentra otras formas de expresión en el momento presente pasa a ser una falta que hay que pagar o una práctica deshonrosa, inconfesable e inconfensada, aunque cada uno recurra a ella de vez en cuando o regularmente? Porque la civilización se construye sobre la represión de las pulsiones naurales, las desvía, las utiliza para fines distintos de la satisfacción individual, para el mayor provecho de las actividades culturales y de la civilización. Un onanista es un improductivo social, un solitario interesado en su solo goce, que no se preocupa por dar a su pulsión una forma socialmente reconocida y aceptable, a saber, la genitalidad (la relación sexual reducida al contacto de los órganos genitales) en una historia heterosexual (un hombre con una mujer), monógama (una pareja, no dos), que persigue la familia, el hogar, la procreación.

¿Cubierto por la Seguridad Social?

Algunos filósofos se alzan -si se puede decir así- contra ese orden de cosas: son los cínicos griegos (Diógenes de Sínope, Crates o Hiparquia, una de las escasas mujeres en esta actividad esencialmente masculina). Actúan, enseñan y profesan en Atenas, Grecia, en el siglo IV antes de Jesucristo. ¿Su modelo? El perro [cynós, en griego], porque ladra contra los poderosos, muerde a los importantes y no reconoce otra autoridad que la naturaleza. Para los cínicos, la cultura consiste en imitar a la naturaleza, en permanecer lo más cerca posible de ella. De ahí su decisión de imitar al perro (o a otros animales por los que tienen especial afecto: el ratón, la rana, el pez, el gallo o un arenque atado al extremo de una cuerda...). Diógenes no ve por qué razón privarse de lo que proporciona bien y no perjudica al prójimo, o esconder lo que cada uno practica en la intimidad de su casa. Si la naturaleza propone, la cultura dispone: ¿y por qué deberíamos seguir siempre el sentido de la represión, de la culpabilización? ¿Por qué no aceptar culturalmente la naturaleza y lo que esta invita a hacer, puesto que no hay que temer ningún daño? Si tenemos sed o hambre, bebemos agua de la fuente o arrancamos un fruto de la higuera al alcance de la mano, sin que eso moleste a nadie... ¿Por qué cuando sentimos un deseo sexual, que es tan natural como el de beber o comer, deberíamos rehusar satisfacerlo u ocultarnos para darle respuesta? No hay buenas razones para el sufrimiento culpable, para la vergüenza disimulada. El pudor es un falso valor, una virtud hipócrita, una mentira social que atormenta inútilmente el cuerpo produciendo malestar. La cultura sirve casi siempre a los intereses de la sociedad, ya que necesita hacer de la sexualidad un asunto colectivo, comunitario y general. Porque, para la sociedad, la energía libidinal no debe complacer dos individualidades libres y que están de acuerdo, sino aspirar a la creación de la familia, célula básica de la comunidad. La masturbación es una actividad asocial, individual, antiproductiva para el grupo. Hace del placer un asunto gratuito entre uno mismo y su mismidad, y no una actividad remuneradora para la ciudad, pagada en forma de hogares creados. Señala la apropiación, cuando no la reapropiación, de sí por sí, sin otra preocupación que su satisfacción egoísta. De ahí que el masturbador sea un enemigo declarado de las iglesias, los estados, las comunidades constituidas. Con su gesto, se hace amigo de sí mismo y da la espalda a las máquinas sociales consumidoras y devoradoras de energías individuales.

Ahora bien, la masturbación es un factor personal de equilibrio psíquico cuando una sexualidad clásica y entre dos es imposible: en una pensión, una prisión, en un hospital, un hospicio, un cuartel, un asilo, allí donde alguien no satisface, o no suficientemente, su sexualidad con una tercera persona. El onanismo es la solución de los niños, los adolescentes, los viejos, los prisioneros, los militares, las gentes alejadas de su hogar o de sus hábitos, incumbe a los enfermos, a los excluidos, a los solteros voluntarios o no, a los viudos y viudas, a los que tienen prohibido el placer sexual porque la época los considera muy jóvenes, demasiado viejos, demasiado feos, o no responden a los criterios del mercado social del placer. Incumbe también a la persona que no alcanza su plenitud con las formas clásicas y tradicionales de la sexualidad burguesa y occidental.

Habitualmente, la civilización se alimenta del malestar de esos individuos forzados a esta forma de sexualidad, alegre si es ocasional y elegida, desesperante cuando es regular y sufrida. El Trabajo, la Familia, la Patria, la Empresa, la Sociedad, el Colegio se alimentan de esas energías desplazadas, sublimadas: para la civilización, toda sexualidad debe perseguir las formas familiares tradicionales o compensarse con una mayor inversión en el juego y teatro mundanos —el orden, la jerarquía, la productividad, la competitividad, la conciencia profesional, etc. Masturbándose en la plaza pública (depende ahora de vosotros animar el patio de vuestro instituto...), Diógenes muestra a los poderosos de este mundo (Alejandro, por ejemplo) y a los transeúntes anónimos que su cuerpo, su energía, su sexualidad, su placer no son vergonzosos, que les pertenece y no tienen por qué alienar su libertad en una historia colectiva. El onanista es un soltero social que da a la naturaleza un máximo de poder en su vida y concede a la cultura lo estrictamente necesario para una vida sin tropiezo y sin violencia con los otros.