El Manifiesto SCUM es una sátira político-social escrita en 1967 por la feminista estadounidense Valerie Solanas, nacida el 9 de abril de 1936 en New Jersey. En este manifiesto, Solanas adopta un hilarante tono ofensivo (paralelo a la suciedad de Bukowski, la agudeza de Nietzsche o la mordacidad de Céline) para trocar todas aquellas cualidades que los hombres habían asociado a las mujeres y argumentarlas sobre éstos, exponiendo así que el hombre es una criatura débil, anhelante y ansiosa por ser una mujer, lo que le produce rechazo, agresividad y su ansiedad por el dominio sobre las mujeres y el resto del mundo: el hombre es una criatura histérica, neurótica, que domina el mundo para demostrar que no es una mujer y que, por lo tanto, merece ser exterminado. «Completamente egocéntrico, incapaz de relacionarse, de identificarse o de sentir simpatía por los otros, y dominado por una sexualidad omnipresente y difusa, el macho es además físicamente pasivo. Y como odia su pasividad, la proyecta sobre las mujeres. Por otro lado, define al hombre como activo y, en consecuencia, trata de demostrar que lo es (es decir, de probar es un Hombre). Su único medio de demostrarlo es follando (un Gran Hombre con una Gran Polla…). Pero, puesto que lo que intenta demostrar es un error, debe demostrarlo una y otra vez. Follar es, de este modo, un intento compulsivo y desesperado de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer. Pero el hecho es que sí es pasivo y que desea ser una mujer». Solanas, quien por cierto fue popularmente conocida tras el episodio de 1968 donde disparó tres veces contra Andy Warhol y que la llevó a ser diagnosticada (oportunamente, diríamos, por mostrarnos un poco suspicaces) con esquizofrenia paranoide, opacando con ello la importancia de su manifiesto, murió en abril de 1988 en una institución benéfica en San Francisco.
«Paternidad y enfermedad mental (miedo, cobardía, timidez, sumisión, inseguridad, pasividad):
Valerie Solanas |
«Paternidad y enfermedad mental (miedo, cobardía, timidez, sumisión, inseguridad, pasividad):
(...) Papá, emocionalmente enfermo, no ama a sus hijos; como mucho, les concede su aprobación si son buenos, es decir, si son agradables, respetuosos, obedientes, sumisos a su voluntad, calladitos y poco dados a indecorosas exhibiciones de temperamento que podrían resultar de lo más perturbadoras para el frágil sistema nervioso masculino; o dicho de otro modo: si se mantienen en estado vegetal. Si los niños no son buenos y papá es un padre moderno y civilizado (el tipo de padre a la antigua, el bruto malhumorado y furioso, es preferible, pues resulta tan ridículo como fácilmente despreciable), papá evitará enojarse; más bien, expresará su desaprobación, una actitud que, al contrario que el enojo, persiste, y excluye cualquier aceptación profunda, dejando al niño con una sensación de inutilidad y una obsesión de por vida con la necesidad de recibir la aprobación de los demás. El resultado es el miedo al pensamiento independiente, pues una facultad semejante conduce a opiniones y modos de vida no convencionales que jamás conseguirían la aprobación de los otros.
Para ganarse la aprobación paterna, el niño debe respetar a papá, pero papá, que no es más que un montón de basura, sólo puede asegurarse el respeto manteniéndose frío y a distancia, actuando bajo el precepto de “la familiaridad engendra el desprecio”, lo cual sin duda es cierto si uno es un ser despreciable. Al mostrarse frío y distante, papá consigue mantenerse como un ser desconocido, misterioso y, en consecuencia, inspirar miedo (respeto).
Como papá desaprueba las escenas, los niños aprenden a temer toda emoción fuerte, a temer su propia ira y su propio odio. Lo cual, combinado con la falta de confianza en la capacidad de uno mismo para arreglárselas en el mundo, para cambiarlo o incluso para afectar de la forma más insignificante al propio destino, conduce a la estúpida creencia de que el mundo y la mayoría de la gente que lo puebla están bien y a confundir los más banales y triviales entretenimientos con la diversión auténtica y el goce profundo.
El efecto de la paternidad en los varones es, justamente, convertirlos en Hombres, es decir, desarrollar un férreo sistema de defensa frente a cualquier impulso hacia la pasividad, la mariconería y el deseo de ser mujer. Todos los niños quieren imitar a su madre, ser su madre, fundirse con ella, pero papá se lo prohíbe. Es él quien se funde con mamá; él es mamá. Así que se encarga de decir al niño, directa o indirectamente según las ocasiones, que no sea un mariquita y actúe como un Hombre. Y el niño, acojonado y respetuoso ante su padre, obedece y llega a ser como papá, ese modelo de Virilidad, el ideal de todo americano: un cretino heterosexual y convencional.
El efecto de la paternidad en las mujeres es hacer de ellas hombres: dependientes, pasivas, domésticas, bestiales, inseguras, ávidas de aprobación y seguridad, cobardes, humildes, respetuosas de las autoridades y de los hombres, cerradas, no del todo responsables, medio muertas, triviales, aburridas, convencionales, insípidas y completamente despreciables. La Niña de Papá, siempre tensa y temerosa, incómoda, carente de espíritu analítico y objetividad, sitúa a Papá y, en consecuencia, a todos los hombres, en un contexto de temor (respeto) y, no sólo no es capaz de reconocer el vacío tras la fachada, sino que además acepta la definición que el macho da de sí mismo como ser superior, como mujer, y de ella como inferior, como varón; algo en lo que, gracias a Papá, realmente se ha convertido.
Es el aumento de la paternidad, resultado del incremento y extensión de la riqueza (que la paternidad necesita para prosperar), el que ha causado el aumento general de la estupidez y el declive de las mujeres en los Estados Unidos desde la década de 1920. El vínculo estrecho entre la riqueza y la paternidad ha producido que sólo una buena parte de las chicas equivocadas, es decir las chicas privilegiadas de clase media, hayan conseguido el derecho a la educación.
El efecto producido por los padres ha sido, en suma, corromper el mundo con la masculinidad. El macho no es más que un Midas inverso: todo lo que toca lo convierte en mierda».
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