Microcosmos es un ensayo científico escrito en 1986 por la bióloga Lynn Margulis y su hijo el periodista Dorion Sagan. Margulis, conocida por la teoría endosimbiótica y sus afiladas críticas a la síntesis evolutiva moderna, escribió este libro para deconstruir conceptos bipolares tales como cooperación y competencia, declarando que la evolución podía actuar mediante simbiosis, es decir, procesos sinérgicos de la unión de distintos seres que daba como resultado un ente superior a la suma de sus partes. También demuestra que el hombre no es una criatura privilegiada capaz de hacerse dueño del mundo, sino que él mismo es producto y suma de microorganismos que han modificado las condiciones de la tierra hasta hacerlas confortables –lo que se denomina como Hipótesis Gaia, y que se explica en el capítulo El holocausto de oxígeno en este mismo libro–, menoscabando la creencia de su completa individualidad. Actualmente, dicha teoría endosimbiótica, que describe el proceso mediante el cual las células eucariotas surgieron como consecuencia de sucesivas incorporaciones simbiogenéticas de diferentes células procariotas, se encuentra aceptada. Junto a su hijo Dorion Sagan, hijo del popular astrónomo Carl Sagan, escribió además El origen del sexo o Captando Genomas.
Lynn Margulis |
«Como la mayor parte de bacterias, y a diferencia de la complicada reproducción del resto de células nucleadas, las mitocondrias se dividen en dos para reproducirse, normalmente en momentos distintos cada una e independientemente de la reproducción del resto de la célula. Estudios llevados a cabo en el Laboratorio Carlsberg de Copenhagen y en el Laboratorio del Centro Nacional Francés de Investigación Científica (Centre National pour la Recherche Scientifique, CNRS) de Gif-sur-Ivette demostraron que las mitocondrias realizan la transferencia genética no sistemática que caracteriza el sexo bacteriano.
Estos y otros indicios sugieren la explicación de que las mitocondrias fueron en un tiempo pasado bacterias que acabaron ocultándose de manera simbiótica en el interior de células bacterianas mayores. En los suelos húmedos del Proterozoico o en un tapete microbiano con bacterias verdes o cianobacterias en el que burbujeaban increíbles cantidades de oxígeno contaminante por toda su superficie, forzando a todos los seres vivos a su alrededor a escapar o a adaptarse, surgió un tipo de bacteria que podía respirar oxígeno. Debió de ser un feroz depredador, quizá de aspecto parecido a las bacterias depredadoras modernas como Bdellovibrio o Daptobacter.
Las bacterias del género Bdellovibrio son respiradoras de oxígeno que destrozan sus presas bacterianas comiéndoselas desde el interior. Su nombre, derivado del griego, describe su perverso método de actuar: bdello significa sanguijuela y vibrio se refiere a su forma de coma vibrátil. Bdellovibrio ataca sujetándose a la presa y girando como un taladro para penetrar en el interior de su víctima y acabar con su material genético. Después de haberla utilizado para fabricar sus propios genes y proteínas, rompe la bolsa celular de su desgraciado hospedador, que ya está vacía y carece de utilidad.
Daptobacter, otro depredador bacteriano, también ataca a otras bacterias de manera cruel. En 1983, Isabel Esteve, de la Universidad Autónoma de Barcelona, descubrió que, contrariamente a Bdellovibrio, Daptobacter (la bacteria «roedora») atravesaba las membranas interior y exterior de la pared celular de su víctima. Luego se dividía hábilmente, una y otra vez, en condiciones aeróbicas o anaeróbicas. Imaginemos el antepasado de nuestras mitocondrias: un asaltante sin escrúpulos, capaz de respirar oxígeno, si este elemento se encuentra a su alrededor, o pasando sin él si es necesario. Los antepasados de las mitocondrias invadían otras bacterias antepasadas nuestras y se reproducían en su interior. Al principio los huéspedes invadidos apenas podían mantenerse vivos. Pero cuando morían, los invasores desaparecían con ellos. Al final sólo quedaron los que habían cooperado. Las víctimas invadidas y las mitocondrias domadas se recuperaron del cruel ataque y desde entonces, hace ya 1000 millones de años, han vivido en una unión dinámica.
A la larga, los depredadores más crueles, tales como los microorganismos causantes de terribles enfermedades, originan su propia ruina al matar a sus víctimas. La depredación moderada (el ataque que no mata o que lo hace de manera lenta) es un tema que se repite en la evolución. Los precursores depredadores de las mitocondrias invadían a sus huéspedes y los explotaban, pero la presa resistía. Obligados a contentarse con una parte prescindible de la presa (sus productos de desecho) en vez de con todo su cuerpo, algunos precursores de las mitocondrias se multiplicaban pero no mataban nunca a sus proveedores de nutrientes. Con el tiempo se produjeron cambios por ambas partes. La hostilidad se convirtió en intercambio, Philip John, de la Universidad de Reading, cree que algunos tipos de cáncer representan un tipo de vuelta atávica al estado original de hostilidad procariótica. A partir del comportamiento característico de las mitocondrias en muchos tejidos cancerosos, John ha llegado a la conclusión de que las rebeliones de las mitocondrias no han sido dominadas permanentemente en todos los casos.
Finalmente, algunas de las presas desarrollaron una tolerancia a sus depredadores aeróbicos, que entonces permanecieron vivos y en perfectas condiciones en el interior rico de nutrientes del hospedador. Los dos tipos de organismos utilizaban los productos del metabolismo del contrario. Al conseguir reproducirse en el interior de las células invadidas sin causarles daño, los depredadores renunciaron a su independencia y se establecieron definitivamente en el interior de las células hospedadoras. Al igual que los jabalíes domesticados que viven pacíficamente en la pocilga como cerdos, o como el «mejor amigo del hombre», el perro, que fue un lobo en tiempos pasados, los gérmenes causantes de enfermedades mortales fueron domesticados y se hicieron inofensivos. Según una hipótesis muy extendida para explicar el desarrollo de la membrana nuclear, la presa dependía de sus ocupantes consumidores de oxígeno porque protegían su DNA del oxígeno venenoso cada vez más abundante en el mundo exterior».
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