Hambre es una novela del escritor noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de literatura en 1920. Escrita en 1890, la obra trata sobre las penurias económicas de un joven escritor anónimo que vagabundea por la ciudad de Christiania tratando de vencer el hambre. El protagonista, un ciudadano anónimo sin patria, hogar, familia, trabajo, con la única ambición de escribir artículos y no morirse de hambre o frío, se pasea desharrapado por la ciudad como un fantasma esquizofrénico, manteniendo largos soliloquios dementes consigo mismo que representan casi la totalidad de la narración. También destaca en su escritura la ausencia total de comillas, que dificultan a la hora de diferenciar si habla con alguien o se dirige a sí mismo, lo que hace todavía más enigmática su actitud. Además, Knut Hamsun es uno de los escritores más influyentes de la literatura moderna, y autores como Henry Miller, John Fante, Paul Auster, Ernest Hemingway, Charles Bukowski, Thomas Mann o Hernan Hesse han reconocido su influencia o se han declarado discípulos suyos.
Pero a pesar de la importancia de la obra de Hamsun, ha sido durante muchos años repudiado en su país natal por el apoyó que le brindó a Hitler, con quien llegó a reunirse. Pese a que en un principio fue acusado de traición a la patria, las dudas sobre sus facultades mentales después de una revisión psiquiátrica hicieron retirar la demanda y acusarlo por su pertenencia al partido fascista noruego Nasjonal Samling, así como por el apoyo moral que dio a los alemanes. La multa que le pusieron en 1948 ascendió a 325. 000 coronas y lo dejó en la ruina. Murió pocos años después en la absoluta soledad, despreciado por el país que lo había encumbrado como héroe nacional.
Este fragmento pertenece a la tercera parte de libro:
El hambre me atormentaba terriblemente y no sabía qué hacer con mi voraz apetito. Me retorcía en el banco y apoyé el pecho en las rodillas. Cuando oscureció me puse a andar lentamente hacia el Ayuntamiento. Sólo Dios sabe cómo logré llegar hasta allí. Me senté en el borde de la balaustrada, me arranqué uno de los bolsillos de la chaqueta y comencé a masticarlo, por cierto, sin propósito alguno, con aire sombrío, con los ojos clavados en el infinito sin ver nada. Oía a algunos niños jugar a mi alrededor y mi intuición me decía cuándo pasaba delante de mí alguna persona; aparte de eso no observé nada.
Pero a pesar de la importancia de la obra de Hamsun, ha sido durante muchos años repudiado en su país natal por el apoyó que le brindó a Hitler, con quien llegó a reunirse. Pese a que en un principio fue acusado de traición a la patria, las dudas sobre sus facultades mentales después de una revisión psiquiátrica hicieron retirar la demanda y acusarlo por su pertenencia al partido fascista noruego Nasjonal Samling, así como por el apoyo moral que dio a los alemanes. La multa que le pusieron en 1948 ascendió a 325. 000 coronas y lo dejó en la ruina. Murió pocos años después en la absoluta soledad, despreciado por el país que lo había encumbrado como héroe nacional.
Knut Hamsun |
Este fragmento pertenece a la tercera parte de libro:
El hambre me atormentaba terriblemente y no sabía qué hacer con mi voraz apetito. Me retorcía en el banco y apoyé el pecho en las rodillas. Cuando oscureció me puse a andar lentamente hacia el Ayuntamiento. Sólo Dios sabe cómo logré llegar hasta allí. Me senté en el borde de la balaustrada, me arranqué uno de los bolsillos de la chaqueta y comencé a masticarlo, por cierto, sin propósito alguno, con aire sombrío, con los ojos clavados en el infinito sin ver nada. Oía a algunos niños jugar a mi alrededor y mi intuición me decía cuándo pasaba delante de mí alguna persona; aparte de eso no observé nada.
De repente se me ocurre bajar a uno de los puestos del mercado en busca de un trozo de carne cruda. Me levanto y paso por encima de la balaustrada, voy hasta el extremo opuesto del tejado del mercado y bajo. Cuando estaba cerca del puesto de carne me puse a gritar al pie de la escalera, haciendo un gesto amenazador, como si hablara a un perro que estuviera arriba, y me dirigí descaradamente al primer carnicero con el que me topé.
¡Por favor, deme un hueso para mi perro!, dije. Sólo un hueso; no tiene por qué tener nada de carne; es para que tenga algo que llevarse a la boca.
Me dio un hueso, un precioso hueso en el que aún quedaban restos de carne, que escondí bajo la chaqueta. Le di las gracias tan efusivamente que el hombre me miró asombrado.
No hay de qué, dijo.
Claro que sí, murmuré, ha sido muy amable por su parte.
Y volví a subir. El corazón me latía con fuerza.
Me interné tanto como pude en Smedgangen, y me detuve delante de una destartalada verja que daba a un patio trasero. No se veía luz por ningún sitio, estaba rodeado por una bendita oscuridad; me puse a roer el hueso.
No sabía a nada, pero desprendía un olor tan nauseabundo a sangre vieja que me hizo vomitar en seguida. Volví a intentarlo; si pudiera llegar a digerirlo surtiría efecto; lo importante era conseguir que se quedara en el estómago. Pero volví a vomitar. Me enfurecí, di furiosos mordiscos a la carne, arranqué un trozo pequeño y me lo tragué a la fuerza. Tampoco sirvió de nada; en cuanto los pedazos de carne se calentaban en mi estómago ascendían de nuevo. Apreté los puños, eché a llorar de desesperación y roía como enloquecido; lloré tanto que el hueso se mojó con mis lágrimas; vomitaba, blasfemaba y volvía a roer, lloraba como si mi corazón estuviera a punto de estallar y vomitaba de nuevo. Y en voz alta maldecía a todos los poderes del mundo y los condenaba a los tormentos eternos.
Lleno de impotente odio, fuera de mí de ira, grito y dirijo amenazas contra el cielo, afónico y entre dientes pronuncio el nombre de Dios, doblando mis dedos como si fuera garras... Te lo digo a Ti, sagrado Baal del cielo, no existes, pero si existieras te maldeciría de tal manera que tu cielo temblaría con el fuego del infierno. Te he ofrecido mis servicios y Tú los has rechazado, me has repudiado y te doy la espalda para siempre porque no supiste aprovechar el momento. Sé que voy a morir y sin embargo te insulto, a Ti, Apis celestial, con la muerte en los dientes. Has empleado la fuerza contra mí, ¿acaso no sabes que nunca me doblego ante la adversidad?, ¿no deberías saber eso? ¿Estabas dormido cuando creaste mi corazón? Mi vida entera y cada gota de mi sangre se alegran de insultarte y de escupir sobre tu gracia. A partir de este momento renunciaré a todo lo que has hecho y a todo lo que eres, maldeciré a mi pensamiento si vuelve a pensar en Ti, y me arrancaré los labios si vuelven a mencionar tu nombre. Si existes te digo la última palabra en la vida y en la muerte: adiós. Y luego me callo, te doy las espalda y me marcho...
Silencio.
Lleno de impotente odio, fuera de mí de ira, grito y dirijo amenazas contra el cielo, afónico y entre dientes pronuncio el nombre de Dios, doblando mis dedos como si fuera garras... Te lo digo a Ti, sagrado Baal del cielo, no existes, pero si existieras te maldeciría de tal manera que tu cielo temblaría con el fuego del infierno. Te he ofrecido mis servicios y Tú los has rechazado, me has repudiado y te doy la espalda para siempre porque no supiste aprovechar el momento. Sé que voy a morir y sin embargo te insulto, a Ti, Apis celestial, con la muerte en los dientes. Has empleado la fuerza contra mí, ¿acaso no sabes que nunca me doblego ante la adversidad?, ¿no deberías saber eso? ¿Estabas dormido cuando creaste mi corazón? Mi vida entera y cada gota de mi sangre se alegran de insultarte y de escupir sobre tu gracia. A partir de este momento renunciaré a todo lo que has hecho y a todo lo que eres, maldeciré a mi pensamiento si vuelve a pensar en Ti, y me arrancaré los labios si vuelven a mencionar tu nombre. Si existes te digo la última palabra en la vida y en la muerte: adiós. Y luego me callo, te doy las espalda y me marcho...
Silencio.
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