Pregúntale al polvo (Ask the dust) es una novela semi-autobiográfica del escritor norteamericano John Fante. Publicada por primera vez en el año 1939 por la editorial Stakpole, no fue hasta los ochenta cuando la obra adquirió cierta fama, gracias a una reedición insistida por el popular escritor Charles Bukowski, quien idolatraba a Fante desde que se encontrase por casualidad este libro en una de las estanterías de la Biblioteca Municipal de Los Angeles a la que acudía. La novela, escrita en primera persona con una prosa de lúdica sencillez pero también con una cruda lírica por momentos impactante, nos presenta al histriónico Arturo Bandini (alter-ego del propio Fante), un joven italoamericano que malvive en un hotel de Bunker Hill (Los Angeles) ansiando convertirse en escritor. En una de sus aventuras por estos barrios sórdidos conocerá a Camila, una camarera mexicana de la que se enamorará llevando hasta el absurdo un amor caprichoso y autodestructivo.
Charles Bukowski |
Cabe decir que la obra de Fante se encuentra en la misma línea artística de otros autores célebres como Henry Miller, Louis-Ferdinand Céline, Knut Hamsun o el propio Charles Bukowski, al que ya hemos dicho que influyó. La novela también destaca por sus irreverentes soliloquios sobre Dios, la pobreza, la literatura o la filosofía y por esas escenas de humor ácido y a veces hasta patético que le imprime el carácter díscolo y narcisista de Bandini, algo que lo acerca mucho no sólo a Hamsun, sino que también se hace evidente cierta influencia del autor ruso Fiodor Dostoievski, aunque más demente y sin su calado intelectual. La obra pertenece a la saga de cuatro libros sobre el personaje aspirante a escritor Arturo Bandini y es la segunda novela de su autor, la anterior se publicó sólo un año antes. Y pese a que Bukowski contribuyó a sacarlo del olvido, nunca llegó a ser un autor tan famoso como lo fue su más agradecido discípulo, a pesar de que un servidor es de la opinión que Bukowski no tiene ningún libro tan bueno como este. Para ser justos, tampoco Fante es tan provocador como Miller, tan corrosivo como Céline ni tan buen prosista como Hamsun. Pero más allá de estas comparaciones insignificantes, Pregúntale al polvo es una obra notable que probablemente mereciera más consideración en su momento y su autor uno de los padres del llamado realismo sucio que luego llevara hasta sus máximos literarios el cuentista Raymond Carver.
Un dato curioso, después de fracasar como escritor, Fante se hizo una buena carrera como guionista de Hollywood que le dio estabilidad económica, aunque esto sólo consiguió que su sentimiento de fracaso fuera todavía mayor, lo que le terminó por convertir en un hombre áspero y brutal.
Su última novela se la dictó ciego y con sus extremidades amputadas a su mujer antes de morir en 1983. En 1998 su hijo Dan Fante publicó una novela llamada Chump Change inspirada por el mismo espíritu literario de su padre en donde narra sus últimos días de vida en el hospital.
Les dejamos el cariñoso prólogo que le dedica Charles Bukowski para que decidan por sí mismos si les merece la pena.
Prólogo:
Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Angeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.
Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?
Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de Religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de Filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión. no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.
Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre.
Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros sobre cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.
Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos. (Cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas.) Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto.
Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación. Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto.
Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba Pregúntale al polvo y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé Pregúntale al polvo y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. Dago red y Espera a la primavera, Bandini. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa.
Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: «¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!». Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de Angel’s Flight en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca.
Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer Pregúntale al polvo. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero que éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Escribió otros libros, además de Dago red y Espera a la primavera, Bandini. Por ejemplo, Plenitud de vida y The brotherhood of the grape. En la actualidad está escribiendo otra novela, A dream of Bunker Hill.
Al final, gracias a otras vicisitudes, he conocido al novelista este mismo año. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión.
Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector.
Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector.
Muy recomendable leer la novela Chump Change de su hijo. Cuesta un poco de encontrar en español; pero la traducción existe, bajo el mismo título, y es comercializada en papel.
ResponderEliminar