domingo, 21 de septiembre de 2014

Fragmento: El espejismo de Dios (Richard Dawkins) Sobre el respeto religioso

El espejismo de Dios es un ensayo de crítica sobre la creencia y los fundamentos de la religión del etólogo y divulgador científico nacido en Inglaterra Richard Dawkins. Publicado en 2006, el libro es  tanto una revisión crítica de las raíces de la religión, como una defensa del ateísmo desde el escepticimo científico, tratando de refutar mucho de los mitos que circulan sobre los ateos concernientes a su moralidad o estilo de vida y aportando posibles explicaciones científicas a misterios hasta ahora sin resolver como el origen del universo o la moral humana.


Fotografía de Richard Dawkins
Richard Dawkins
Si bien es cierto que Dawkins adopta un tono beligerante en varios pasajes, lo que le ha valido innumerables críticas por parte de los religiosos, no es menos cierto que sustenta todo lo que dice con su prosa perfectamente medida aunque no impresionante. También, por cierto, se le ha acusado por desconocer sobre teología. No tengo ni la más remota idea de si esto es cierto, pero, en cualquier caso, creo que su forma algo obtusa de filosofar explicaría mejor sus carencias intelectuales en algunos puntos que una presunta ignorancia, por mi parte, todavía sin corroborar. Porque, después de todo, considero que tiene razón: la teología carece de valor probatorio: no es necesario consultar todo lo que los teólogos hayan podido dilucidad, divagar o delirar para descartar o no la hipótesis de Dios. Y, aunque por momentos brillante, agudo e irónico, también flaquea cuando pretende tocar otros terrenos más relacionados con la filosofía. No obstante, el libro en general merece la pena. Aquí un ejemplo:


Este fragmento pertenece al capítulo I "Un no creyente profundamente religioso":

El respeto inmerecido:

Ya he llamado antes la atención sobre los privilegios que detenta la religión en cualquier discusión sobre ética tanto política como mediática. Siempre que surge una controversia sobre moral sexual o reproductiva, podemos estar seguros de que en los diferentes comités de representación o de influencia, o en paneles de discusión de radio y televisión, estarán representados los diferentes grupos de fe por sus líderes religiosos. No estoy insinuando que debamos cambiar nuestras convicciones y censurar las opiniones de esas personas. Pero ¿por qué nuestra sociedad les sigue el juego, pensando que tienen competencias similares a las de, digamos, un filósofo moral, un abogado de familia o un médico?

Aquí vemos otro siniestro ejemplo de los privilegios de la religión. El 21 de febrero de 2006, el Tribunal Supremo de Estados Unidos dictaminó, de acuerdo con la Constitución, que una iglesia de Nuevo México podía estar exenta de cumplir la ley contra el consumo de drogas alucinógenas, que todos los demás debían obedecer. Los miembros del Centro Espiritista Beneficiente União do Vegetal creen que solo pueden comprender a Dios cuando beben infusión de ayahuasca, que contiene una droga alucinógena ilegal, dimetiltriptamina. Fíjense que es suficiente que ellos crean que la droga mejora su conocimiento. No necesitan justificarlo de ninguna manera. Por el contrario, hay muchas evidencias de que el cánnabis mejora las náuseas y el malestar provocado por la quimioterapia en pacientes que padecen cáncer. Pero el Tribunal Supremo dictaminó en 2005, de nuevo según la Constitución, que todos los pacientes que utilizaran cánnabis con fines medicinales eran susceptibles de ser perseguidos federalmente (incluso en la minoría de estados donde está legalizado ese uso especializado). La religión, como siempre, termina ganando. Imaginemos a los miembros de una asociación para la apreciación del arte alegando en un tribunal que necesitan una droga alucinógena para mejorar su comprensión de las obras del impresionismo o del surrealismo. Pero, cuando una iglesia reclama que necesita algo similar, se ve respaldada por el más alto tribunal de su país. Tal es el poder de la religión como talismán.

Hace diecisiete años fui uno de los treinta y seis escritores y artistas a los que la revista New Statesman encargó escribir en apoyo del distinguido autor Salman Rushdie, por aquel entonces bajo sentencia de muerte por escribir una novela. Enfurecido por la «simpatía» que expresaron líderes cristianos e incluso por algunos creadores de opinión seglares frente al «daño» y las «ofensas» recibidos por los musulmanes, extraje el siguiente paralelismo:

Si los partidarios del apartheid hubieran sido listos, habrían aducido —por lo que sinceramente sé— que permitir la mezcla racial va en contra de su religión. Una buena parte de la oposición se habría alejado respetuosamente de puntillas. Y no tiene sentido clamar que este es un paralelismo injusto porque el apartheid no tiene justificación racional alguna. Todo el propósito de la fe religiosa, su fortaleza y su principal esplendor radican en que no dependen de justificaciones racionales. Del resto de nosotros se espera que defendamos nuestros prejuicios. Pero pídale a una persona religiosa que justifique su fe, y estará infringiendo «su libertad religiosa».

Por lo poco que sé, algo bastante parecido ha ocurrido en el siglo XXI. El periódico Los Angeles Times del 10 de abril de 2006 informó de que numerosos grupos cristianos en las universidades de todo Estados Unidos estaban demandando a sus centros por imponer normas antidiscriminatorias, incluyendo prohibiciones contra el acoso o contra el abuso a homosexuales. Como ejemplo típico, en 2004, en Ohio, James Nixon, un muchacho de veinte años, ganó en un tribunal su derecho a llevar una camiseta con las palabras: «La homosexualidad es un pecado, el islam es una mentira, el aborto es un asesinato. ¡Algunos temas son, sencillamente, blancos o negros!». La universidad le pidió que no se pusiera esa camiseta, y los padres del chico la demandaron. Estos podrían haber tenido un caso muy complicado si lo hubieran basado en la garantía de libertad de expresión de la Primera Enmienda. Mas no lo hicieron. En su lugar, los abogados de Nixon apelaron, en vez de a la libertad de expresión, a su derecho constitucional de libertad religiosa. Su victorioso pleito estuvo apoyado por la Fundación para la Defensa de la Alianza de Arizona, cuya misión es «instar a la batalla legal para la libertad religiosa».

El reverendo Rick Scarborough, que en su apoyo a la ola de demandas cristianas similares vino a establecer la religión como justificación legal para la discriminación contra homosexuales y otros grupos, lo ha denominado la lucha por los derechos civiles del siglo XXI: «Los cristianos van a tener que luchar por su derecho a ser cristianos».

Una vez más, si esas personas se subieran al estrado para reclamar el derecho de libertad de expresión, uno, muy a su pesar, podría simpatizar con ellos. Pero no es eso lo que está ocurriendo. «Derecho a ser cristiano» parece significar en este caso «derecho a meter las narices en las vidas de los demás». El pleito legal a favor de la discriminación contra los homosexuales se presenta como un contrapleito por presunta discriminación religiosa. Y parece ser que las leyes lo respetan. Uno no puede salir y decir: «Ten en cuenta que, si pretendes que yo deje de insultar a los homosexuales, estás violando mi libertad de pensamiento». Pero sí puedes salir y decir: «Eso viola mi libertad religiosa». Si se piensa bien, ¿cuál es la diferencia? De nuevo, la religión siempre gana.

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