jueves, 9 de octubre de 2014

Fragmento: El hombre que fue Jueves (G.K Chesterton)

El hombre que fue jueves es una novela del escritor británico G. K Chesterton publicada en 1908. La novela, con una trama detectivesca por momentos surrealista y de un humor exquisito, trata sobre la inflitración de un detective poeta, Gabriel Syme, en una sociedad secreta de filósofos terroristas anarquistas. Les dejamos un fragmento, la primera parte del capítulo cuarto.

Foto del escritor inglés Chesterton
G. K Chesterton

Episodio IV La historia de un detective:

Gabriel Syme no sólo era un detective con pretensiones de poeta, en realidad era un poeta que se había hecho detective. Tampoco era hipócrita su odio a la anarquía. Era una de esas personas que son conducidas muy pronto en la vida hacia actitudes conservadoras debido a la salvaje locura de la mayoría de los revolucionarios. No había adoptado esa actitud por una tradición sumisa. Su respetabilidad era  espontánea y repentina, una rebelión contra la rebelión. Procedía de una familia de chiflados, en la que los miembros de más edad profesaban las ideas más modernas. Uno de sus tíos salía de paseo sin sombrero, y otro había hecho el intento infructuoso de pasearse con un sombrero, pero sin nada más. Su padre cultivaba el arte y la «autorrealización»; su madre era una partidaria de la sencillez y la higiene. Como consecuencia de esto, el niño jamás probó otra bebida aparte del cacao y de la absenta. Terminó odiando las dos. Cuanto más predicaba la madre una abstinencia puritana, con más denuedo defendía el padre una permisividad pagana, y mientras la primera llegó a defender el vegeteranismo, el segundo llegó a defender el canibalismo.

Al estar rodeado desde la infancia de todas las formas concebibles de la rebeldía, Gabriel tuvo que rebelarse contra algo, así que terminó defendiendo lo único que lo que carecía su familia: la cordura. Pero por sus venas corría suficiente sangre  de esos fanáticos para hacer que su protesta a favor del sentido común tuviese demasiada fiereza para considerarse sensata. Su odio a la anomia alcanzó su cénit por un accidente. Un día paseaba por una calle lateral, cuando se produjo un atentado con dinamita. Se quedó ciego y sordo por un momento, y luego, cuando se disipó el humo, vio las ventanas rotas y los rostros sangrientos. Después de aquel suceso se comportó como siempre: tranquilo, cortés, gentil, pero había algo en su mente que no estaba sano. No considerada  a los anarquistas como la mayoría de nosotros, como una pandilla de dementes que combinan la ignorancia con el intelectualismo. Él los consideraba como un peligro terrible e inmisericorde, como una invasión china.

Se dedicaba a inundar los periódicos y sus papeleras con una torrente de historias, versos y artículos violentos que advertían a los hombres de esa barbarie negadora. Pero así no parecía acercarse a sus enemigos y, lo que era peor, tampoco a la vida. Cuando paseaba por la orilla del Támesis, mordiendo amargamente un cigarro barato y cavilando sobre los avances de la anarquía, no había anarquista con una bomba en el bolsillo que fuese tan salvaje y solitario como él. Siempre creía que el gobierno estaba solo y desesperado, con la espalda contra la pared. Era demasiado Quijote para meditar sobre este asunto de otra manera.

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