viernes, 18 de agosto de 2017

Carta a un viejo amigo (Ryûnosuke Akutagawa)

Ryūnosuke Akutagawa fue un escritor japonés inscrito al neorrealismo de le época, nacido en Tokio en 1892 y fallecido el 24 de julio de 1927, tras ingerir una alta dosis de barbitúricos. Tenía sólo 35 años cuando se quitó la vida. Su obra se condensa sobre todo en cuentos grotescos, sensibles y decadentes que se desarrollan en un tiempo del Japón feudal. Dos de sus cuentos más famosos, Rashōmon y En el bosque, fueron versionados en un precioso film del cineasta japonés Akira Kurosawa con el título del primero. Sus influencias parten de los autores y filósofos occidentales, como el alemán Schopenhauer, el dramaturgo Strindberg,  franceses simbolistas como Verlaine o Baudelaire, ingleses terroríficos como Poe y rusos existencialistas como Fiodor Dostoievski; para añadirle su clásico tono limpio, metafórico y hondo más propiamente oriental. Esta nota fue escrita unos pocos días antes de su suicidio y enviada a uno de sus amigos, tras un agotamiento mental que lo había dejado angustiado y con espantosas alucinaciones que lo mantenían recluido en su cuarto y le hicieron insoportable seguir viviendo. Borges, admirado por el japonés, lo consideró un mártir de la renovación japonesa acaecida a finales del siglo XIX, cuando Japón logró convertirse en una potencia mundial a costa de su espiritualidad – decadencia irreparable que también mataría, unas décadas más tarde, a otro autor clásico japonés: Yukio Mishima. De Akutagawa, en el mismo epílogo, también diría lo siguiente: «La extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido».

«Diríase que el encuentro de dos culturas es necesariamente trágico. A partir de un esfuerzo que se inició en 1868, el Japón llegó a ser una de las grandes potencias del orbe, a derrotar a Rusia y a lograr alianzas con Inglaterra y con el Tercer Reich. Esta casi milagrosa renovación exigió, como es natural, una desgarradora y dolorosa crisis espiritual; uno de los artífices y mártires de esta metamorfosis fue Akutagawa que se dio muerte el día 24 de julio de 1927». Jorge Luis Borges.

Ryûnosuke Akutagawa frente a unos manuscritos, con la mano en el mentón mirando directamente a la cámara fotográfica.
Ryûnosuke Akutagawa

«Probablemente nadie que intente suicidarse, como lo demuestra Régnier en uno de sus cuentos, es plenamente consciente de todos sus motivos, que con frecuencia son demasiado complejos. Al menos en mi caso, el suicidio está causado por un vago sentimiento de angustia, un vago sentimiento de angustia sobre mi propio futuro.
 
Durante los últimos dos años más o menos he pensado sólo en la muerte, y he leído con especial interés un notable relato del proceso de la muerte. Aunque el autor lo expresaba en términos abstractos, yo seré tan concreto como pueda, incluso al punto de parecer inhumano. En este punto, estoy obligado a ser honesto. En cuanto a mi vago sentimiento de angustia por mi propio futuro, creo que lo analicé por completo en Vida de un loco, salvo el factor social, es decir la sombra que el feudalismo arrojó sobre mi vida. Es algo que omití deliberadamente, inseguro de poder esclarecer el contexto social en el que viví.
 
Una vez que me decidí por el suicidio (no lo considero un pecado, como los occidentales), busqué la manera menos dolorosa de llevarlo a cabo. Por ende descarté ahorcarme, pegarme un tiro, saltar al vacío y otras modalidades de suicidio por razones estéticas y prácticas. El uso de una droga parecía ser tal vez la manera más satisfactoria. En cuanto al lugar, debía ser mi propia casa, por inconveniente que ello resultara para mis familiares que me sobrevivirían. Como una suerte de trampolín, tal como lo habían hecho Kleist y Racine, pensé en alguna compañía, por ejemplo, una amante o un amigo, pero como muy pronto gané confianza, decidí seguir adelante solo. Y lo último que tuve que calcular fue la manera de asegurar una ejecución perfecta sin que mi familia se enterara. Después de varios meses de preparativos, finalmente estoy convencido de haberlo logrado.
 
Nosotros, los humanos, por ser animales humanos, tenemos un miedo animal a la muerte. La así llamada vitalidad es sólo otro nombre de la fuerza animal. Yo mismo soy un animal humano. Y parece que esta fuerza animal se ha escurrido gradualmente de mi sistema, a juzgar por el hecho de que tengo tan poco apetito por la comida y las mujeres. El mundo en el que vivo es el de los nervios enfermos, lúcido como el hielo. Esta muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, la naturaleza me resulta más bella que nunca, por paradójico que parezca. He visto, amado y entendido más que otros. En eso al menos experimento cierta satisfacción, a pesar de todo el dolor que he tenido que soportar hasta el momento.
 
P. S. Leyendo una vida de Empédocles, siento qué antiguo es este deseo de convertirse en un dios. Esta carta, en la medida en que puedo saberlo, no lo intenta. Por el contrario, me considero uno de los humanos más comunes. Tal vez recuerde aquellos días, veinte años atrás, cuando hablamos de Empédocles bajo los tilos. En esa época yo era alguien que quería convertirse en un dios».

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