miércoles, 1 de noviembre de 2017

3 Fábulas de Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci fue un científico, filósofo y artista multidisciplinar nacido el 15 de abril de 1452 y fallecido el 2 de mayo de 1519. Hombre clásico del renacimiento, polímata y una de las figuras históricas más reconocidas por su genialidad, es autor de varias fábulas y cuentos, en una de sus innumerables facetas y de las menos reconocidas.

autorretrato de leonardo da vinci
Autorretrato de da Vinci.

La araña en el ojo de la cerradura:

Una araña, después de haber explorado toda la casa, por dentro y por fuera, pensó meterse en el ojo de la cerradura.

¡Qué refugio ideal! ¿Quién podría descubrirla jamás, allí dentro? Ella, en cambio, asomándose al borde de la cerradura, podría mirar a todas partes sin riesgo alguno.

–Allí –decía para sí, observando el umbral de piedra –tenderé una red para las moscas; más allá –añadía, mirando el escalón –tenderé otra para los gusanos; aquí cerca, en el marco de la puerta, armaré una trampa pequeña para los mosquitos.

La araña se regocijaba. El ojo de la cerradura le daba una seguridad nueva, extraordinaria; tan oscuro, estrecho, como un estuche de hierro, le parecía más inaccesible que una fortaleza, más seguro que cualquier armadura.

Mientras se deleitaba con estos pensamientos, le llegó al oído un rumor de pasos; prudente, se retiró entonces al fondo del refugio.

Alguien estaba a punto de entrar en casa. Una llave tintineó, enfiló el ojo de la cerradura y la aplastó.


El jilguero:

Cuando volvió al nido, con un gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia, se los había robado.

El jilguero empezó a buscarlos por todas partes, llorando y trinando; todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos, pero nadie respondía.

Un día, un pinzón le dijo:

–Me parece que he visto a tus hijos en casa del campesino.

El jilguero voló lleno de esperanza, y en poco tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.

Pero al levantar la cabeza vio una jaula en la ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.

Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.

Entonces, llorando con desconsuelo, los dejó.

Al día siguiente volvió el jilguero de nuevo a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los besó uno tras otro, por última vez.

Había llevado a sus crías una yerba venenosa, y los pajaritos murieron.

–Mejor  morir –dijo– que perder la libertad.


La mona y el pajarito:

Cierto día de verano, una monita joven que iba de rama en rama, descubrió un nido. Más contenta que unas pascuas, alargó la mano. Y los pajarillos, que sabían volar, huyeron a la desbandada. Todos, menos uno, el más chiquitín.

Nuestra mona, con mil cabriolas de alegría, se apoderó del pajarito, con el que se dirigió a su casa.
La pobre avecilla era suave, tibia, blanda, delicada. La monita se extasiaba  besuqueándola, acariciándola y apretándola contra su pecho.

Su  madre la miraba sin decir nada.

–¡Qué precioso pajarito! ¡Cuánto le quiero!  –gritaba la mona, fuera de sí.

Y tantos fueron sus besos y apretujones, que la pobre avecilla murió asfixiada contra su pecho.

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