domingo, 1 de junio de 2014

Fragmento: La falsa medida del hombre (Stephen Jay Gould)

La falsa medida del hombre es un libro escrito por el biólogo, paleontólogo y divulgador científico Stephen Jay Gould. Publicado en 1981, el ensayo pretende ser una advertencia sobre los peligros de utilizar la ciencia con el único fin de validar los prejuicios sociales de la época. Se convierte así en un crítico repaso histórico de los métodos estadísticos utilizados a lo largo del siglo XX para medir la inteligencia y, sobre todo, en una rechazo del determinismo biológico que lo sustenta.

«Puesto que debe ser obra de las personas, la ciencia es una actividad que se inserta en la vida social. Su progreso depende del palpito,de la visión y de la intuición; Muchas de las transformaciones que sufre con el tiempo no corresponden a un acercamiento progresivo a la verdad absoluta, sino a la modificación de los contextos culturales que tanta influencia ejercen sobre ella. Los hechos no son fragmentos de información puros e impolutos; también la cultura influye en lo que vemos y en cómo lo vemos. (...) Sin embargo al proponerla no suscribiré una extrapolación bastante difundida en determinados círculos de historiadores: la tesis puramente relativista según la cual el cambio científico sólo se debe a la modificación de los contextos sociales; la verdad considerada al margen de toda premisa cultural se convierte en un concepto vacío de significado, y, por tanto, la ciencia es incapaz de proporcionar respuestas duraderas. Como persona dedicada a la actividad científica, comparto el credo de mis colegas: creo que existe una realidad objetiva y que la ciencia, aunque a menudo de una manera torpe e irregular, es capaz de enseñarnos algo sobre ella». Stephen Jay Gould.

foto del divulgador científico Stephen Jay Gould
Stephen Jay Gould

Si en alguna ocasión habéis podido escuchar o leer aquello de: "Goethe tenía un cociente intelectual de 210", y cifras similares para los grandes genios de la humanidad, y si os habéis preguntado cómo resulta posible y de qué manera se le otorgan esos CI cuando en la época histórica de esos personajes aún no se utilizaba el test, aquí la  respuesta:

LEWIS M. TERMAN Y LA COMERCIALIZACIÓN EN GRAN ESCALA DEL CI INNATO

CI fósiles de genios del pasado (Página 187)

Terman consideraba que, si bien la gran masa de individuos "meramente inferiores" era necesaria para mover la maquinaria de la sociedad, el bienestar de esta última dependía en definitiva del liderazgo ejercido por unos pocos genios cuyo Cl era particularmente elevado. Junto con sus colaboradores, publicó una serie de cinco volúmenes titulada Genetic Studies of Genius, donde se propuso definir a las personas situadas en el extremo superior de la escala Stanford- Binet, y de describir su trayectoria vital.

Uno de dichos volúmenes estaba dedicado a medir, retrospectivamente, el Cl de los estadistas, militares e intelectuales que constituyeron el motor fundamental de la historia. Si se comprobaba que estaban situados en la cima de la escala, ello confirmaría que el Cl representaba la medida independiente de la capacidad mental básica de cada persona. Pero, ¿cómo rescatar un Cl fósil, salvo invocando por arte de magia la presencia del joven Copérnico v preguntándole en qué iba montado el hombre blanco? Sin arredrarse, Terman y sus colaboradores trataron de reconstruir el Cl de los individuos notables del pasado, y publicaron un grueso volumen (Cox, 1926) que ocupa un lugar de privilegio dentro de una literatura ya bastante disparatada de por sí (sin embargo, Jensen —1979, páginas 113 y 355 — y otros autores siguen tomándolo en serio).

Ya en 1917 Terman había publicado un estudio preliminar sobre Francis Galton, a quien otorgó un sorprendente Cl de 200. Después de haber obtenido tan buen resultado con aquel precursor de los tests de inteligencia, alentó a sus colaboradores para que emprendieran una investigación más amplia. J. M. Cattell había publicado una clasificación de los 1.000 individuos que constituyeron el motor fundamental de la historia, basándose en la extensión de los respectivos artículos dedicados a ellos en los diccionarios biográficos. Catherine M. Cox, colaboradora de Terman, redujo esa lista a 282, reunió información biográfica detallada sobre sus primeros años de vida, y luego calculó para cada uno dos Cl diferentes: el primero, denominado Al Cl, para el período que iba del nacimiento hasta los diecisiete años; y el segundo, denominado A2 CI, para el período que iba desde los diecisiete a los veintiséis años.

Cox se metió en dificultades ya desde el comienzo. Pidió a cinco personas — entre las que se contaba Terman — que leyeran los legajos que había elaborado, y calcularan los dos CI para cada uno de esos individuos. Tres de dichas personas coincidieron básicamente en los valores medios calculados: Al CI oscilaba alrededor de los 135, y A2 CI rondaba los 145. En cambio, los otros dos tasadores calcularon valores muy divergentes: en un caso, muy superiores, y en el otro, muy inferiores a las medias estimadas por aquellos tres. Lo que hizo Cox fue eliminar sencillamente sus cálculos, con lo que descartó el 40% de los datos. Sostuvo que, de todas maneras, esas estimaciones habrían quedado equilibradas en la media (1926, página 72). Sin embargo, si cinco personas pertenecientes al mismo grupo de trabajo no podían ponerse de acuerdo, ¿qué perspectiva de uniformidad o consistencia — para no hablar de objetividad — podía ofrecerse?

Aparte de estas dificultades prácticas que reducían la fuerza de la argumentación, el estudio presentaba un vicio lógico fundamental. Las diferencias de CI que Cox registraba en los sujetos no medían el mérito variable de sus obras, para no hablar de su inteligencia innata: sólo se trataba de un artificio metodológico para expresar las diferencias en la calidad de la información que Cox había podido reunir acerca de la niñez y los primeros años de juventud de dichos sujetos. Empezó asignando a cada uno de ellos un CI básico de 100 al que, luego, los tasadores añadirían (o, en muy pocos casos, quitarían) puntos basándose en los datos suministrados. Los legajos de Cox son caprichosas listas de logros conseguidos durante la niñez y la juventud, entre los que se subrayan los ejemplos de precocidad. Puesto que su método consistía en ir sumando puntos a la cifra básica de 100, según los resultados notables que fueran apareciendo en cada legajo, los CI calculados al final apenas expresan otra cosa que el volumen de la información disponible. Por lo general, los CI bajos reflejan una falta de información, y los elevados la existencia de una lista copiosa. (Cox llega a admitir que lo que mide no es el verdadero CI, sino sólo lo que puede deducirse sobre la base de unos datos limitados; sin embargo, esta desmentida nunca figuró en los informes destinados a divulgar los resultados de su investigación.) Para creer, aunque más no sea por un momento, que semejante procedimiento puede servir para establecer cuál era la jerarquía existente entre los respectivos CI de aquellos "hombres geniales", debería suponerse que la niñez de todos los sujetos había sido observada y registrada con una atención más o menos pareja. Hay que afirmar (así lo hace Cox) que la inexistencia de datos acerca de una infancia eventualmente precoz indica que estamos ante una vida vulgar, sobre la que no vale la pena escribir, ante un talento tan poco extraordinario que nadie se tomó el trabajo de dejar constancia de sus realizaciones.

Dos resultados básicos del estudio de Cox suscitan inmediatamente serias sospechas de que sus estimaciones acerca de los CI no reflejan tanto el mérito de las efectivas realizaciones de aquellos genios, como los accidentes históricos sufridos por los registros que han quedado de las mismas. Primero: se supone que el CI no se modifica en un sentido definido durante la vida de la persona. Sin embargo, en su estudio, el valor medio del Al CI es de 135, mientras que el del A2 CI es de 145, lo que entraña una elevación considerable. Basta revisar sus legajos (reproducidos íntegramente en Cox, 1926) para descubrir la causa y comprobar que ésta radica sin duda alguna en el método utilizado. La información que posee sobre la niñez de sus sujetos es más copiosa que la relativa a la primera etapa de la edad adulta (recordemos que el A2 CI corresponde a las realizaciones alcanzadas entre los diecisiete y los veintiséis años, mientras que el Al CI refleja las de sus primeros años). Segundo: algunos de los Al CI que calculó Cox para ciertos personajes colosales — entre los que se cuentan Cervantes y Copérnico — resultan inquietamente bajos, como el puntaje de 105 que atribuyó a los sujetos mencionados. La explicación surge de sus legajos: poco o nada se sabe de la infancia de estos últimos, por lo que no existen datos que permitan añadir puntos a la cifra básica de 100. Cox estableció siete niveles de confiabilidad para sus estimaciones. El séptimo, créase o no, es "la conjetura no basada en dato alguno".

Otra manera evidente de poner a prueba esta metodología consiste en considerar el caso de los genios nacidos en ambientes humildes, donde no abundaban los preceptores y cronistas capaces de alentarlos y dejar constancia escrita de sus audaces muestras de precocidad. John Stuart Mill puede haber aprendido griego en su cuna, pero ¿acaso Faraday o Bunyan tuvieron alguna vez esa oportunidad? Los niños pobres tienen una doble desventaja: no sólo nadie se molesta en dejar constancia de lo que hacen en sus primeros años de vida, sino que también el hecho mismo de su pobreza entraña una degradación. ¡Así, Cox deduce, utilizando la táctica favorita de los eugenistas, la inteligencia innata de los padres sobre la base de la profesión y el rango social de estos últimos! Clasifica a los padres en una escala profesional que va de 1 a 5, y otorga a sus hijos un CI de 100 cuando los padres tienen un rango profesional de 3, y una prima (o una deducción) de 10 puntos en el Cl por cada peldaño hacia arriba o hacia abajo. Un muchacho que durante los primeros diecisiete años de su vida no ha hecho nada digno de noticia puede tener, sin embargo, un Cl de 120 debido a la prosperidad o al nivel profesional de su padre. Consideremos el caso del pobre Massena, el gran general de Napoleón, que quedó situado en el puerto más bajo — Al Cl = 100 — y de cuya niñez nada sabemos salvo que trabajó de grumete en dos largas travesías a bordo del barco de un tío suyo. Cox escribe lo siguiente (pág. 88):

Es probable que los sobrinos de los capitanes de buques de guerra tengan un CI un poco superior a 100; por los grumetes siguen siendo grumetes durante dos largas travesías, y cuyo servicio como grumete es lo único que cabe consignar hasta la edad de 17 años, pueden tener un CI medio inferior incluso a 100.

Otros individuos admirables con padres pobres y escasas informaciones sobre su infancia estaban también expuestos a la ignominia de unos valores inferiores a 100. Sin embargo, Cox se las arregló para falsificar y acomodar los datos de modo de poder situarlos a todos por encima de la línea divisoria de las tres cifras, aunque más no fuese por una ligera diferencia. Veamos el caso del infortunado Saint-Cyr, que sólo se salvó por un parentesco lejano, y que obtuvo un Al CI de 105; "El padre fue carnicero y luego curtidor, con lo que el hijo debería haber recibido un Cl profesional situado entre los 90 y los 100 puntos; sin embargo, dos parientes lejanos alcanzaron importantes honores militares, lo que prueba la existencia de una casta superior en la familia" (págs. 90-91). John Bunyan se topó con obstáculos más habituales que su famoso Peregrino; sin embargo, Cox se las arregla para atribuirle un puntaje de 105.

El padre de Bunyan fue un calderero u hojalatero, pero un hojalatero muy respetado en la aldea; en cuanto a la madre, no pertenecía al grupo de los miserables, sino al de la gente "de costumbres honestas y respetables". Eso hubiera bastado para situarlo entre los 90 y los 100 puntos. Pero la crónica añade que, a pesar de su "mezquindad e insignificancia", los padres de Bunyan lo enviaron a la escuela para que aprendiese "tanto a leer como a escribir", lo que indica probablemente que éste prometía ser algo más que un hojalatero. (pág. 90)

Michael Faraday logró alcanzar los 105 puntos, porque las noticias fragmentarias acerca de su buen desempeño como recadero y su carácter inquisitivo le permitieron compensar las desventajas derivadas del bajo nivel social de sus padres. Su elevado A2 CI de 150 sólo es el reflejo de la abundante información disponible acerca de las realizaciones que jalonaron los primeros años de su vida de adulto. Sin embargo, en un caso Cox no pudo admitir el molesto resultado que produjo la aplicación de su método. Shakespeare, cuyos orígenes fueron humildes y de cuya niñez nada se sabe, hubiese obtenido un puntaje inferior a 100. De modo que Cox sencillamente lo eliminó, aunque no hizo lo mismo con varios otros de cuya infancia tampoco se tienen noticias suficientes.

Entre otras curiosidades de los cálculos, que reflejan los prejuicios sociales de Cox y de Terman, podemos mencionar los casos de varios jovencitos precoces (Clive, Liebig y Swift, en particular), cuyo nivel fue rebajado debido al comportamiento rebelde que tuvieron en la escuela, sobre todo por negarse a estudiar los clásicos. La animosidad contra las artes interpretativas es patente en el caso de la evaluación de los compositores, cuyo grupo se sitúa justo por encima del de los militares, en el extremo inferior de la lista final. Así lo da a entender la siguiente observación sobre Mozart (pág. 129): "Un niño que a los 3 años aprende a tocar el piano, que a esa edad recibe y aprovecha una enseñanza musical, y que a los 14 años estudia y ejecuta los más arduos contrapuntos, se sitúa probablemente por encima del nivel medio de su grupo social."

Por mi parte, no puedo imaginar mejor demostración de que sus CI están en función de la mayor o menor abundancia de datos, y de que no constituyen medida alguna de la capacidad innata ni, incluso, para el caso, del mero talento de los sujetos. Cox se dio cuenta de ello y, en un esfuerzo final, trató de "corregir" sus cálculos basados en falta de datos ascendiendo a los sujetos sobre los que no existía información suficiente para que se aproximaran a los valores medios de 135 para el Al Cl y de 145 para el A2 CL Esos ajustes elevaron considerablemente el Cl medio, pero introdujeron otras complicaciones. Antes de dichas correcciones, los cincuenta sujetos más eminentes tenían un promedio de 142 para el Al Cl, mientras que los cincuenta menos eminentes se situaban en una tranquilizadora media de 133. Una vez hechas las correcciones, los primeros cincuenta alcanzaron un puntaje medio de 160, mientras que los últimos cincuenta obtuvieron una media de 165. Al final, sólo Goethe y Voltaire se situaron cerca de la cima tanto por el CI como por el grado de eminencia. Parafraseando la famosa agudeza de Voltaire sobre Dios, podríamos concluir diciendo que, aunque no existiesen datos adecuados sobre el Cl de los personajes eminentes de la historia, probablemente era inevitable que los hereditaristas norteamericanos trataran de inventarlos.

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