viernes, 26 de agosto de 2016

Acerca de las opciones de encontrar vida extraterrestre tecnológicamente súper-desarrollada con métodos falaces e insuficientes

La excusa de este artículo es la carta publicada por el SETI advirtiendo acerca de los posibles peligros catastróficos que puede suponer el tener contacto con una civilización extraterrestre, haciendo énfasis en el modo de comunicación por mensajes de radio; el argumento no es ni mucho menos nuevo ni tampoco incorrecto. Obviando una refutación misántropa de lo que significa exactamente la palabra «catastrófico», luego pasando por alto el hecho de que estas supuestas civilizaciones conquistadoras no podrían hacernos nada que no nos estemos haciendo a nosotros mismos u a otros animales de este planeta, existen al respecto matices que debemos tratar.
 

En primer lugar la búsqueda por trasmisiones de ondas de radio es probablemente inútil o al menos extremadamente insuficiente, una ocurrencia infundada, de modo que no existe demasiado que temer de un contacto a través de este medio: la suposición de que podemos comunicarnos por  trasmisiones de radio es caprichosa, pues para empezar nosotros mismos, como especie, sólo hemos venido usando estas ondas electromagnéticas durante apenas un siglo: otras civilizaciones pueden haber hallado medios de comunicación más eficientes o no comunicarse a distancia en absoluto porque carezcan de una comprensión de dicho concepto, de manera que seamos tan invisibles para ellos como ellos para nosotros, siendo imposible la comunicación. Pero el fracaso actual al respecto de la búsqueda de vida inteligente en otros planetas no debería desalentarnos: es posible que estemos enfocando mal el problema incluso más allá de la pobreza en la suposición de comunicación mediante ondas electromagnéticas, por toda una serie de razones que van desde las condiciones atmosféricas hasta las motivaciones antropológicas.
 
Un artículo  científico de BBC al respecto de la inteligencia en perros y delfines nos resuelve o dilucida este problema. En este artículo se expone la problemática de definir la inteligencia bajo parámetros puramente humanos y de ello tratar de colegir la inteligencia de otros animales: cuando decimos de un animal que es inteligente lo que estamos cínicamente diciendo es que se parece a nosotros. (En ese sentido es lógico que los perros nos parezcan inteligentes: hemos convivido con ellos lo suficiente como para que su adaptación evolutiva sea guiada hacia una mejor comprensión mutua, lo que es auxilio de su supervivencia). Un ejemplo de ello consiste en la famosa «prueba del espejo» para probar la consciencia en animales no humanos: realmente la prueba carece de utilidad en animales que no predominan de la misma manera que nosotros el sentido de la vista. No obstante, una pésima suposición como ésta consigue toda una serie posterior de malos entendidos al respecto del entendimiento de los animales que pasen o no pasen la prueba. Y si por no lograr deshacernos de este prejuicio antropocéntrico somos incapaces de comprender la forma en que opera el cerebro de otros animales terrestres, dado que somos asimismo incapaces de definir objetiva e imparcialmente en qué consiste la inteligencia, seremos igualmente incapaces de comprender las maneras distintas de ser inteligente que puede desarrollar una especie extraterrestre sometida a presiones evolutivas que no podemos imaginar. La mera consideración de que «vida inteligente» implicará desarrollo tecnológico es desde el principio falaz: podemos imaginar perfectamente especies extraterrestres con una cognición tan compleja como la nuestra que sean empero inútiles para construir nada ni de desarrollar ningún tipo de tecnología o pensamiento científico, en tanto que ambas cosas son meramente representativas de los azares evolutivos e históricos de nuestra especie: cómo exigirle tecnología a otro ser vivo para otorgarle la consideración de especie inteligente cuando esta tecnología es deudora en un plano absoluto incluso de nuestros rasgos anatómicos complejos, los cuales no tienen por qué repetirse necesariamente en otros mundos. Nos equivocamos por lo tanto si damos por sentado que la tecnología moderna, antes que un medio para alcanzar fines concretos, o que un fenómeno humano que aparece en cierto periodo histórico, es un fin en sí mismo al que están destinadas todas las especies lo suficientemente inteligentes. No es, desde luego, imposible pensar que el proceso se pueda repetir: pero desde luego nada implica la creencia de que sea un estado necesario ni mucho menos frecuente en el universo.
 
Pero no sólo es urgente deconstruir como hemos hecho esta visión tan antropocéntrica de la inteligencia para señalar el prejuicio en que caemos al tratar de comunicarnos o encontrarnos con otras especies, sino que se hace igual de urgente ser escépticos acerca de una supuesta beligerancia o pacifismo necesario por parte de los hipotéticos extraterrestres. En sí el principio de precaución tiene sentido: tiene sentido precisamente porque no sabemos nada acerca de cómo pueda desarrollarse la vida en otros planetas, en tanto que sólo hemos observado por el momento el desarrollo de la vida en nuestro propio sistema, que consiste, en efecto, para todos los seres vivos existentes, en la competencia o la depredación; sin embargo, esto por sí sólo es una muestra insuficiente dado el vasto tamaño del cosmos.
 
La teoría del Gran Filtro publicada por el economista Robin Hanson en 1996 señala en última instancia lo siguiente: que encontrar civilizaciones tecnológicamente súper-desarrolladas puede resultar en la práctica imposible puesto que ello implica una serie de pasos a cada cual más improbable hasta el punto en que uno de estas hipotéticas civilizaciones logre el hito de colonizar otros mundos. Por otra parte, suponiendo que una cierta beligerancia sea necesaria en todas las especies social o cognitivamente complejas(2), entonces tenemos que admitir la posibilidad de que todas las civilizaciones estén condenadas a extinguirse a causa de su propia tecnología (Paradoja de Fermi). Pasando por alto el hecho de que estas teorías parten de un supuesto falso, a saber, que hemos investigado muchos otros planetas fuera de nuestro sistema solar (lo más que hemos logrado es saber de la existencia de otros planetas, significando eso poco al respecto de lo que conocemos realmente sobre éstos. Y como dice el astrónomo Neil deGrasse Tyson: no podemos sacar un vaso de agua del Atlántico y afirmar que no hay ballenas en el océano), en principio ello puede resultar desalentador: pero si existen civilizaciones extraterrestres lo suficientemente desarrolladas tecnológicamente como para conquistar otros sistemas solares(3) ello implica que, o bien la beligerancia no es necesaria, de modo que no tenemos nada que temer, o bien han dejado de ser beligerantes en algún momento de su evolución o proceso histórico, dado que si no se habrían extinguido. Lamentablemente el argumento tendría una réplica sencilla: que no sean beligerantes contra los miembros de su propio grupo no significa que no sean beligerantes contra otras especies de otros mundos, a las cuales puedan de todas formas conquistar. No me cuesta imaginar un futuro en el cual el hombre, tras superar enfrentamientos sociales entre individuos o naciones, se dedique a conquistar no obstante otros mundos por los cuales no tenga ninguna consideración moral como ahora ahora no la tiene por los animales no humanos de su mismo planeta ni lo ha tenido históricamente por otros miembros de su misma especie a quienes consideraba en algún punto diferentes ergo, por lo tanto, inferiores. Si algo nos enseña la historia del desarrollo humano es precisamente dicho punto: tener consideración moral o empática por los miembros de tu grupo no significa tener la misma consideración por los miembros de otros grupos (esto es igualmente cierto para muchas especies de animales). Pero no debemos por ello creer que dicha beligerancia asumida se deba a un impulso irrefrenable por causar sufrimiento: los animales compiten por recursos limitados y compiten por reproducirse, y en este punto se encuentra la causa de sus disputas, es decir, en causas materiales que pueden o no ser compartidas por especies de otros planetas. Todo ello, por supuesto, dice más acerca de los miedos humanos y de sus relaciones con el entorno que cualquier cosa sobre posibles civilizaciones tecnológicamente súper-desarrolladas.
 
Es evidente que la idea de que la vida sólo se haya desarrollado en nuestro planeta se cae por su propio peso: no es que sea imposible, sino que teniendo en cuenta la cantidad de estrellas que existen repartidas por todo el cosmos es una afirmación aventurada. Sin embargo, al buscar dicha vida con parámetros tan limitados como los que nos imponemos bajo la consideración de que esa vida se parecerá en algo a la nuestra nos cierra el paso a muchas otras posibles soluciones: al extrapolar fenómenos culturales humanos nos arrinconamos en presuposiciones gratuitas que nos ciegan ante otros medios. No tenemos muchas más opciones. Según la Escala de Kardashov apenas somos un 0,75 de entre tres posibles niveles de civilización desarrollada: aún no hemos logrado siquiera hacernos con el control energético absoluto de nuestro planeta. Ello significa que somos más primitivos de lo que nuestra arrogancia humana quiere hacernos ver y probablemente, de existir otras vidas y tenernos localizados, no le interesemos demasiado. Esto parece ir en consonancia con el hecho de que no se ha puesto aún, al menos indiscutiblemente, en contacto con nosotros ninguna de estas civilizaciones extraterrestres.
_______________
1. Aunque al mismo tiempo la física otorga también una serie de imposiciones que hacen admisible que la forma de resolver problemas a los que se enfrentan las especies no sean tan distintas. Por ejemplo: no existen infinitas soluciones dado las condiciones atmosféricas de nuestro planeta de hacer un organismo animal con un sistema aerodinámico eficiente: en condiciones parecidas seres de otros planetas podrían no ser tan diferentes.
 
2. De nuevo la insuficiencia de las observaciones nos hace imposible determinar en qué consiste una cognición compleja: ello estaría indicando, más bien, su rareza en el universo.
 
3. Una insuficiencia preocupante de imaginación nos lleva otra vez a considerar como una posibilidad de conquista interplanetaria la posesión de tecnología avanzada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario