viernes, 16 de septiembre de 2016

La conquista del espacio en el tiempo del poder (artículo de Eduardo Rothe)

Texto aparecido en la revista Internationale Situationniste # 12, Septiembre 1969. Versión española de Maldeojo para el Archivo Situacionista Hispano. No Copyright.

Eduardo Rothe frente a un micrófono en la radio
Eduardo Rothe
 

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La ciencia al servicio del capital, de la mercancía y el espectáculo, no es otra cosa que el conocimiento capitalizado, fetichismo de la idea y del método, imagen alienada del pensamiento humano. Pseudo-grandeza de los hombres, su conocimiento pasivo de una realidad mediocre es la justificación mágica de una raza de esclavos.
 
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Hace tiempo que el poder del conocimiento se ha transformado en conocimiento del poder. La ciencia contemporánea, heredera práctica de la religión de la Edad Media, cumple –en relación con la sociedad de clases– las mismas funciones: compensa la estupidez cotidiana de los hombres con su inteligencia eterna de especialista. Canta en cifras la grandeza del género humano, cuando no es otra cosa que la suma organizada de sus limitaciones y de sus alienaciones.
 
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De la misma forma que la industria, destinada a liberar a los hombres del trabajo por las máquinas, no ha hecho hasta el presente más que alienarlos mediante el trabajo en las máquinas, la ciencia –destinada a liberarlos histórica y racionalmente de la naturaleza– no ha hecho sino alienarlos en una sociedad irracional y anti-histórica. Mercenaria del pensamiento separado, la ciencia trabaja para la supervivencia, y no puede entonces concebir la vida más que como una fórmula mecánica o moral. En efecto, no concibe el hombre como sujeto, ni el pensamiento humano como acción, y por eso ignora la historia como actividad premeditada, y hace de los hombres "pacientes" de hospitales.
 
4
Fundada sobre la falacia esencial de su función, la ciencia no puede más que mentirse a sí misma. Y sus pretenciosos mercenarios han conservado de sus sacerdotes ancestrales el gusto y la necesidad del misterio. Parte dinámica en la justificación de los estados, el cuerpo científico guarda celosamente sus leyes corporativas y los secretos de Machina ex Deo, que hacen de ellos una secta miserable. No hay nada asombroso, por ejemplo, en que los médicos –carpinteros de la fuerza de trabajo– tengan una escritura ilegible: es el código policial de la supervivencia monopolizada.
 
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Pero, si la identificación histórica e ideológica de la ciencia con los poderes temporales muestra claramente que es la servidora de los estados, y no engaña por tanto a nadie, ha sido necesario esperar hasta ahora para ver desaparecer las últimas separaciones entre la sociedad de clases y una ciencia que quería permanecer neutral y "al servicio de la Humanidad." De hecho, la actual imposibilidad de investigación y aplicación científica sin unos medios enormes ha puesto el conocimiento, espectacularmente concentrado, en manos del poder, y lo ha dirigido hacia los objetivos del Estado. Hoy no hay ciencia que no esté al servicio de la economía, del ejército y la ideología; y la ciencia de la ideología muestra su otra cara, la ideología de la ciencia.
 
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El poder, que no puede tolerar un vacío, no ha perdonado jamás a los territorios del más allá el ser terrenos vagos librados a la imaginación. Desde el origen de la sociedad de clases, siempre hemos puesto en el cielo la fuente irreal del poder separado. Cuando el Estado se justificaba religiosamente, el cielo estaba incluido en el tiempo de la religión; ahora que el estado quiere justificarse científicamente, el cielo está en el espacio de la ciencia. De Galileo a Werner von Braun, no es más que una cuestión de ideología de Estado: la religión quería preservar su tiempo, y no tenía por tanto nada que hacer con el espacio. Ante la imposibilidad de prolongar su tiempo, el poder debe restaurar su espacio sin límites.
 
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Si el trasplante de corazón es todavía una miserable técnica artesana que no hace olvidar las masacres químicas y nucleares de la ciencia, la "conquista del Cosmos" es la mayor expresión espectacular de la opresión científica. El especialista del espacio es al pequeño doctor lo que la Interpol al policía de barrio.
 
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El cielo prometido en otro tiempo por los curas bajo la sotana negra es tomado de hecho por los astronautas de blancos uniformes. Asexuados, neutros, super-burocratizados, los primeros hombres en salir de la atmósfera son las vedettes de un espectáculo que flota día y noche sobre nuestras cabezas, que puede dominar las temperaturas y las distancias, y que nos oprime desde lo alto como el polvo cósmico de Dios. Ejemplo de supervivencia en su más alto grado, los astronautas hacen, sin pretenderlo, la crítica de la tierra: condenados al trayecto orbital –bajo pena de morir de frío o de hambre– aceptan sumisamente ("técnicamente") el aburrimiento y la miseria de los satélites. Habitantes de un urbanismo de la necesidad en sus cabinas, prisioneros del aparato científico, son el ejemplo –in vitro– de sus contemporáneos que no escapan, a pesar de las distancias, de los diseños del poder. Hombres-anuncio, los astronautas flotan en el espacio y saltan sobre la superficie de la luna para hacer marchar a los hombres al tiempo de trabajo.
 
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Y si los astronautas cristianos de Occidente y los cosmonautas burócratas del Este se entretienen con la metafísica y la moral laica –Gargarin "no vió a Dios" y Borman rezó por la pequeña Tierra– es en la obediencia a su "orden de servicio" espacial donde deben encontrar la verdad de su culto. Como en el caso de Exupery, el santo", que habló de las profundidades desde una gran altitud, pero cuya verdad tenía la triple condición de ser militarista, patriota e idiota.
 
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La conquista del espacio forma parte de la esperanza planetaria de un sistema económico que, saturado de mercancías, de poder y de espectáculo, eyacula en el espacio cuando llega a las puertas del cielo derramando sus contradicciones terrestres. Nueva América, el espacio debe servir a los Estados para sus guerras, para sus colonias: para enviar a los productores-consumidores que se tomarán así la libertad de superar las limitaciones del planeta. Provincia de acumulación, el espacio está destinado a convertirse en una acumulación de provincias, para las cuales existen ya leyes, tratados y tribunales internacionales. Nuevo Yalta, el reparto del espacio muestra la incapacidad de burócratas y capitalistas para resolver, aquí en la tierra, sus antagonismos y sus luchas.
 
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Pero el viejo topo revolucionario, que hoy roe las bases del sistema, destruirá las barreras que separan la ciencia del conocimiento generalizado del hombre histórico. Cuantas más ideas del poder separado, más poder de las ideas separadas. La autogestión generalizada de la transformación permanente del mundo por las masas hará de la ciencia una banalidad de base, y ya no una verdad de Estado.
 
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Los hombres entrarán en el espacio para hacer del Universo el terreno lúdico de la última revuelta: aquella que irá contra las limitaciones que impone la naturaleza. Y, derribados los muros que separan hoy a los hombres de la ciencia, la conquista del espacio ya no será la "promoción" económica o militar, sino la floración de las libertades y realizaciones humanas, conseguida por una raza de dioses. Entraremos en el espacio, no como empleados de una administración astronáutica, ni como "voluntarios" de un proyecto de Estado, sino como amos sin esclavos que pasan revista a sus dominios: todo el universo en un saco para los consejos de trabajadores».

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