lunes, 22 de octubre de 2018

Un breve apunte sobre las drogas y el abolicionismo

Se reía Escohotado de las grandes eminencias psiquiátricas que condenaban el uso de sustancias alucinógenas hasta el punto de culparlas de suicidios, daños genéticos, teratogénicos, psicosis, esquizofrenias, etc. Así que un día en que tenía a un joven invitado en casa, un psiquiatra de esta misma e insobornable opinión y que terminaría siendo un experto en toxicología, alguien de entre sus amistades decidió confesar que había vertido cierta dosis de alucinógeno en el té que le habían servido. El psiquiatra sufrió entonces una crisis psicótica que lo llevó a desnudarse y correr campo a través mientras amenazaba con injuriosas denuncias a la benemérita. Nadie logró convencerlo de que, en verdad, no había sido envenenado; y acabó la noche desintoxicándose de un falso envenenamiento por enteógenos. No sabemos si el psiquiatra denunció, más tarde, la ocurrencia de sus "colegas"; y tampoco cuál será su opinión actual sobre las psicosis producidas por enteógenos que, como hemos visto, se producen incluso sin sustancias enteógenas, tan solo con su rumor y su amenaza.

En "Miedo y asco en Las Vegas" dice Thompson sobre «todos aquellos fanáticos del ácido patéticamente ansiosos que creían poder comprar Paz y Entendimiento a tres billetes la dosis»: «(...) una generación de lisiados permanentes, de buscadores fallidos, que nunca comprendió la vieja falacia mística básica de la cultura del ácido: el desesperado supuesto de que alguien (o al menos alguna fuerza) se ocupa de sostener esa Luz al final del túnel». La búsqueda mística a través de las sustancias no la inventaron los hippies en los sesenta, lo que quizá sí distinguiera a esta generación fue la propia ceguera por el entorno económico y la creencia en que podían liberarse del sistema con la promesa de una iluminación que los incapacitó para adaptarse y responder a éste. Sin embargo, según los datos del "Reporte Mundial de Drogas de 2017" sólo un 0,6% de la población mundial padecía algún trastorno motivado por el abuso de sustancias. Y si bien la cifra puede engordarse sumando vagamente los probables casos no diagnosticados, o con  problemas de salud más generales derivados del abuso y/o consumo de estas sustancias, la cifra nos seguiría resultando sorprendentemente baja para comprender la guerra política contra las drogas, tan brutal como inefectiva, y el estigma social que motiva su consumo.

Habría que distinguir, por lo demás, entre las situaciones de consumo, abuso y adicción para discernir correctamente las conductas nocivas relacionadas con las drogas. La trampa del abolicionismo, del prohibicionismo y de la mojigatería más atravesada por la ignorancia y la superstición es presentarlo en un todo homogéneo infelizmente falaz. En cuanto a las sustancias alucinógenas, como pueda ser el LSD, lo oportuno sería considerar que su consumo no provoca adicción, dado que el nivel de tolerancia es altísimo y consumos reiterativos requieren, cada vez, mayores cantidades para conseguir los mismos efectos; ni tampoco tiene, por cierto, una Dosis Letal Mínima conocida. Siguiendo el hilo de nuestro razonamiento, cabría preguntarse el porqué de la supuesta adicción sesentera a los alucinógenos, si esta adicción no parece tener una respuesta química satisfactoria de la que pueda concluirse una reprimenda hacia el consumo de esta sustancia; es decir, que motivos sociales había detrás de aquello que, satíricamente, señalaba Thompson en el fragmento anterior. Otro ejemplo. Las benzodiacepinas, fármaco legal que con suma facilidad podríamos catalogar dentro de las drogas legales de prescripción médica, no generan tolerancia conocida, aunque tienen unas cuantas adicciones a sus espaldas, a pesar de que su capacidad para producir adicción pueda estar algo exageradas. Las benzodiacepinas, no obstante, son un remedio legal contra algunos malestares físicos y psicológicos, mientras que ninguna sustancia enteógena está actualmente reconocida como tal remedio para ningún malestar concreto, sea éste de índole física o psicológica. Pero la ausencia de utilidad terapéutica, debemos añadir, de una sustancia no la cataloga irremediablemente como "droga" o como "droga tóxica" por usar términos más legalistas, dado que a muchas drogas ahora ilegales, o legales a las cuales no se les conoce (o más bien habría que decir "les 'concede' o 'reconoce'") uso terapéutico posible, han sido a lo largo de la historia si no usadas con dichos fines terapéuticos, como es el caso de la cocaína, usadas en los primeros tiempos de la psicología, como la anfetamina o la ketamina; sí descubiertas bajo claras motivaciones farmacológicas, como pueda ser el caso de la heroína, sustituto frustrado de la morfina. El cannabis, droga de las más usadas y difíciles de encasillar por las legalidades variables de los diferentes países, es prohibida (tanto su venta como y/o su consumo)  o permitida según legislación vigente.  Y no todas las drogas, legales o ilegales, independientemente de su uso terapéutico, recreativo o introspectivo, producen drogodependencia en la misma media ni los mismos síndromes de abstinencia. Pero señalar las hipocresías, objetaría un lector crítico sin duda, respecto del uso de las drogas no adelanta ninguna crítica sustancial ni aclara cosa alguna sobre el origen de su consumo o propaganda. Esto es cierto, pero sólo con una condición, que crea el lector que tratamos de demostrar un discurso por sus contradicciones, en lugar de señalar, como realmente pretendemos, lo difuso del concepto "droga", que nos resulta así diabólicamente servido un concepto engañoso, difuso, estéril. El concepto "droga" no es, en resumidas cuentas, más que un mero rótulo ideológico que ignora dosis, riesgos, efectos, etc., en beneficio de una idea preestablecida del término que disocia su realidad por la ideología que la prescribe. Es el aparato cultural el que engendra los hábitos cotidianos para el consumo irresponsable y autodestructivo de las drogas. Porque incluso si existen estas dependencias a veces intrínsecas al modo en que la sustancia concreta opera en nuestro organismo, este aparato social las deriva, disimula o exhibe y al mismo tiempo que señala el problema participa ya de su solución. No son comparables consumos sociales, recreativos, lúdicos, íntimos, introspectivos o de autoagresión.  El consumo social y recreativo del alcohol en España puede disimular miles de casos de dependencias sin generar ninguna alarma social ni marginar necesariamente a los dependientes de esta sustancia. En cambio, fármacos prohibidos como la cocaína o el cannabis engendran, en sí mismos y mediante la prohibición, al dependiente marginal que interesa al discurso prohibicionista, mediante lo que en sociología se conoce como "profecía autocumplida".

Respecto a las adicciones que se concluirían irremediablemente del consumo de drogas, aunque hemos visto antes que la gran mayoría de los consumidores no tiene ninguna adicción a las drogas, en el DSM-V estás aparecen como "Trastornos  relacionados con sustancias y otros trastornos adictivos" y nos dice: «Cualquier droga consumida en exceso provoca una activación directa del sistema  de recompensa del cerebro que participa en el refuerzo de los comportamientos y  la producción de recuerdos. Provocan una activación tan intensa del sistema de  recompensa que se ignoran las actividades normales». Divide, con esto, la problemática en dos trastornos: trastornos por consumo de sustancias y los trastornos inducidos por sustancias. En el primer caso, nos encontramos con la intoxicación y la abstinencia; en el segundo, con el desarrollo de trastornos mentales inducidos por el abuso de sustancias, tales como la depresión, trastornos del sueño o algunas psicosis, alteraciones de la química cerebral que pueden producir estas enfermedades. Pero el problema, aquí, resulta del hecho de que no sólo una sustancia, sino cualquier hábito que active en el sistema nervioso central sistemas de recompensa, puede crear en el individuo una dependencia. Por ello es que existen adicciones al juego, tan en boga últimamente cuando los últimos perdedores del sistema no tienen nada que perder, al sexo, al deporte, etc.

Pero el verdadero debate no se encuentra tanto en la proporción de los efectos negativos para la salud, por indudables, del consumo de drogas como en el origen que motiva su consumo. Incluso si ignoramos que el concepto público de higiene nos resulta un concepto torticero mediante el cual se disfraza el hedonismo capitalista de moralina servil, habría que señalar igualmente cuál sería el mundo que legaría una abolición completa del consumo de drogas. El abolicionismo que sostendría, por ejemplo, el Straight Edge, se permite las ignorancias e incoherencias propias de un análisis chato acerca del consumo de drogas. Apelando no al rechazo de la droga, sino a la evasión de la realidad que induce, se cometen así dos errores. El primero de ellos implica que el consumo de drogas depende exclusivamente de la evasión del individuo frente al sistema; es decir, que puede reducirse la motivación por su consumo a la necesidad que un sistema opresivo crea sobre los individuos de evadirse de su realidad inmediata. El error se hace obvio simplemente con señalar que el consumo de drogas es tan antiguo como lo es el hombre mismo, pues si éste ha necesitado siempre de evadirse del entorno no ha sido tanto por ningún sistema político vigente como a causa de su propia conciencia desligada de su naturaleza, dado que el consumo de sustancias psicoactivas puede rastrarse a cualquier periodo histórico, prácticamente en todas las sociedades que tenían acceso a ellas. Por otra parte, negamos que el consumo dependa únicamente de la motivación por la evasión, a excepción de que definamos torticeramente el concepto de modo que incluso respirar resulte una evasión. El consumo de estas sustancias se abre, antropológicamente, a otras perspectivas menos dóciles de ser dominadas por el sistema imperante, como son las necesidades, que tienen prácticamente todos los animales de inteligencia superior, del juego, el placer, la terapéutica, la atención por el misterio, la transgresión de las fronteras de la realidad, el autoconocimiento o el erotismo. Un mundo sin drogas no es posible mientras el hombre mismo, tal como es, no se extinga y desaparezca de la faz del universo. Mientras el hombre no tenga todas las respuestas y se haya desprendido de su capacidad de sentir placer. El segundo error estribaría en la conciencia de que toda forma de evasión es un error en un mundo de servidumbre, acto individualista, desprendido de una verdadera conciencia social. Y si la droga se rechaza como evasión, entonces todo en este mundo habría de ser rechazado de la misma manera, y a medida que uno rechazaría evasiones podría plantearse hasta qué punto su rechazo y su esperanza por un mundo mejor no es, en el fondo, otra forma de evasión menor. Pero como escribió, quizá con nihilismo desmedido, Irvine Welsh en el célebre monólogo de "Trainspotting": «Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?».

Cuando en 1961 se firmó la Convención Única sobre Estupefacientes, que es el tratado internacional contra la manufactura y el tráfico ilícito de sustancias estupefacientes en que deriva el fundamento y marco legal del control de drogas en la mayoría de países (marco que fue enmendado en el 72 y que trajo consigo la aparición de otro convenio como el Convenio sobre Sustancias Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988), fueron muchas las voces opositoras silenciadas en beneficio de la política de "La guerra contra las drogas" de Nixon, que motivó diferentes operaciones militares en países de América del Sur. Varias tribus indias advirtieron en función de lo injusto que sería acabar con una larga tradición y sumar, a su ignorancia y pobreza, medidas punitivas hacia dicho consumo que pudieran acarrear las penas de cárcel. Estas tribus usaban los diferentes remedios psicoactivos como chamanismos contra los males espirituales o como diferentes modos de agrupación social, creando entornos fuertemente conectados. Sabemos que criticar una conciencia general de las drogas no sirve para achacar a una de las partes lo que es únicamente reprochable en las otras. Puede que los movimientos anarquistas reprueben, con total naturalidad, estas medidas bélicas y punitivas; pero lo cierto es que su énfasis en el argumentario clásico abolicionista no sólo las reproduce sino que las sustenta. Y si ni la reproduce ni la sustenta, al menos es seguro que su teoría se resuelve como inepta e incapaz de combatirlas al estrechar su argumentario a lo más bajo de su ideología. No es casualidad que el argumento se asemeje hasta resultar idéntico al que el gobernador de Buenos Aires utilizó para justificar la prohibición del mate en 1616, al que calificó como «vicio abominable» que «hace a los hombres holgazanes, que es total ruina de la tierra» y al que consideraba un mal hábito que perjudicaba la salud de sus consumidores. La pena impuesta podía ir desde azotes hasta multas. Sin embargo, fue imposible limitar su consumo, pues hasta la propia corona española rechazó la orden, con lo cual la prohibición terminaría retirándose.
 

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