lunes, 5 de noviembre de 2018

Vida de Santa Catalina de Siena (San Raimundo de Capua)

Vida de Santa Catalina de Siena es una obra escrita por San Francisco de Capua en 1947sobre la mística y escritora Catalina Benincasa, santa católica nacida en 1347 y fallecida en 1380 a quien se le atribuyen diferentes milagros. San Francisco, además de biógrafo de la Santa, fue un religioso italiano nacido en Bolonia en 1330 y fallecido en Nurembega en 1399.


santa catalina de siena acosada por demonios
 Santa Catalina de Siena acosada por demonios.
Anónimo.

«Capítulo IX

Que trata del don de profecía de Catalina y de cómo salvó a varias personas de los peligros de alma y de cuerpo que las amenazaban.

Lo que voy a referir puede parecer increíble, pero protesto una vez más que la verdad infalible es mi testigo y que tengo absoluta certeza de que cuanto relato es tal como ha ocurrido.

Catalina poseía el don de la profecía de una manera tan perfecta y constante que nada podía escapársele. Sabía todo lo referente a ella misma y a todos los que vivían cerca de ella o buscaban en sus consejos beneficio para sus almas. Era imposible para cualquiera de nosotros hacer algo bueno o malo en su ausencia sin que ella supiese al instante todo. Nosotros experimentábamos, por decirlo así, la sensación de que ella estaba presente en todas nuestras acciones, y lo que es más admirable todavía, muchas veces nos hablaba de nuestros más íntimos pensamientos como si hubiesen sido suyos. Yo sé esto por propia experiencia y confieso ante toda la Iglesia Militante haber sido reprendido por ella a causa de ciertos pensamientos que me molestaban en el mismo momento en que hacía obstinados esfuerzos para ocultárselos. No me avergüenza declararlo para gloria de ella. "-¿Por qué me oculta -me dijo- lo que yo veo con más claridad todavía que usted mismo en su pensamiento?". Y a continuación me dio un consejo saludable con respecto a aquel asunto. Esto me ocurrió con frecuencia. Aquel que lo conoce todo es mi testigo. Pero entremos en algunos detalles y empecemos por cosas del espíritu.

Había en Siena un caballero quien a la nobleza del nacimiento agregaba gloriosas hazañas y que ostentaba el nombre de "señor" Nicolás de Sarasio. Este noble, después de haber pasado la mayor parte de su vida en los campos de batalla, se había retirado al hogar doméstico  con el fin de disfrutar de las comodidades y la tranquilidad que podía proporcionarle su fortuna. La eterna bondad que no quiere la muerte de nadie inspiró a la esposa de este caballero y algunos parientes piadosos el designio de inducirle a confesarse y hacer penitencia por los muchos pecados que indudablemente había cometido durante su vida; pero él, atraído por las cosas de la tierra desdeñó la piadosa insinuación.

En esta época la bienaventurada Catalina alumbraba a la ciudad de Siena con sus virtudes y era particularmente notable por la conversión de los pecadores más endurecidos, quienes, o bien se consagraban por completo al Señor o abandonaban en parte sus malas costumbres. Las personas que estaban tan interesadas en la salvación eterna del caballero, viendo la inutilidad de sus esfuerzos, le pidieron que tuviese una entrevista con Catalina, a lo que él contestó: "-¿Qué tengo yo que ver con esa buena mujer? Por favor, ¿díganme qué servicio puede hacerme?". La esposa, que sentía gran veneración por la Santa, fue a visitar a esta informándola de lo endurecido que estaba su marido y pidiéndole encarecidamente que orase por él.

Y ocurrió que una noche Catalina se apareció en sueños a nuestro caballero y le dijo que atendiese los consejos de su esposa o de lo contrario estaría en gran peligro su eterna salvación. Al despertar dijo él a su mujer: "-Esta noche he visto en sueños a esa Catalina de quien me has hablado tantas veces; me gustaría tener una entrevista con ella y ver si realmente es tal como yo la he visto". La mujer, llena de alegría, se apresuró a poner a la Santa en conocimiento de los deseos de su esposo, y convino con ella la oportunidad en que podría realizarse el encuentro de ambos. Finalmente, el caballero conversó con Catalina, se convirtió por completo y prometió confesar sus pecados a Fray Tomás. Fue fiel a la gracia y cumplió su promesa.

Una mañana este hombre, a quien yo ya conocía, se encontró conmigo mientras yo regresaba de la ciudad en dirección a mi convento y me preguntó dónde podría encontrar entonces mismo a Catalina. Yo le contesté: "-Probablemente en nuestra iglesia. -Le ruego -repuso él- que me conduzca allá, porque necesito hablar con ella". Yo asentí con la mejor voluntad y al entrar en la iglesia en su compañía, llamé a una de las compañeras de la Santa y le pedí hiciese llegar hasta ella la petición del caballero.

Catalina se alzó del lugar donde estaba orando y avanzó hacia el visitante, a quien saludó con gracia y cortesía.  El anciano caballero, después de hacerle una profunda inclinación, le dijo: "-Madame, ya hice todo lo que usted me indicó; confesé todos mis pecados a Fray Tomás, quien me impuso una penitencia que estoy dispuesto a cumplir". Catalina contestó: "-Ha obrado usted sabiamente cuidando la salvación de su alma; ahora evite sus antiguas prácticas y combata tan valerosamente por Nuestro Señor Jesucristo como antes lo hizo por el mundo". Y agregó: "-Señor, ¿ha confesado usted todos sus pecados?". Y como él le asegurase que no recordaba haber omitido ninguno, ella insistió: "-Examine bien su conciencia y vea si se le ha olvidado algo".

Él afirmó de nuevo haber confesado todo lo que recordaba. Entonces Catalina le llevó aparte y en voz baja le recordó un grave pecado que él había cometido secretamente hacía ya muchos años, cuando estaba en las Apulias. El hombre, asombrado, recordó y fue inmediatamente en busca de Fray Tomás, ante quien completó su confesión. No pudiendo guardar silencio con respecto a este milagro, refirió a todas sus relaciones el caso y a partir de aquel día obedeció las indicaciones de Catalina con ejemplar sumisión.

Antes de haber tenido el privilegio de relaciones de una manera inmediata con la bienaventurada Catalina, había vivido yo durante mucho tiempo en una ciudad fortificada llamada Montepulciano, donde dirigí por cuatro años un monasterio de religiosas de mi orden. Durante mi estada en dicha ciudad, donde no había convento de frailes predicadores, tenía un solo compañero y encontraba especial placer en conversar con hombres de la localidad que iban a visitarme. Fray Tomás, el confesor de Catalina, y Fray Jorge Naddo, que actualmente es profesor de Teología, me propusieron entrevistarse conmigo en el convento de Siena con el fin de conversar acerca de cosas del espíritu.

Con el fin de hacer el viaje con mayor rapidez, los dos religiosos pidieron a personas de su relación caballos, y montados en ellos iniciaron su jornada. Cuando se encontraban a unos diez kilómetros del lugar de donde habían salido, cometieron la imprudencia de hacer alto para descansar. Los habitantes de aquellos parajes no eran ladrones de profesión, pero prácticamente se conducían como si lo fuesen, y cuando transitaba por allí algún viajero solo y sin defensa, le asaltaban para robarle y aun a veces le daban muerte con el propósito de ocultar su delito.

Habiendo visto a los dos religiosos que estaban descansando en una posada, se reunieron en número de diez o doce y los esperaron fuera del poblado en una  encrucijada y cuando pasaron los viajeros los asaltaron brutalmente armados con espadas y lanzas, los derribaron de los caballos y los condujeron arrastrándolos hasta un lugar solitario situado en medio de un bosque. Una vez aquí, los forajidos celebraron consejo, y los religiosos comprendieron claramente que se trataba de matarlos y de enterrar luego sus cadáveres con el fin de ocultar su criminal conducta.

Obligado por las circunstancias, Fray Tomás no escatimó ruegos ni promesas comprometiéndose a no «decir nada» de lo ocurrido si los dejaban en libertad, pero viendo que todo era inútil y que cada vez los iban llevando más adentro del bosque, comprendió que solamente Dios podía ayudarles en tales circunstancias y comenzó a orar con el mayor fervor. Sabiendo lo grata que era al Señor su hija espiritual Catalina, dijo interiormente: "-Catalina, dulce y fervorosa sierva del Señor, ayúdanos en este peligro". Apenas había dicho con el pensamiento estas palabras, cuando uno de los facinerosos, el que precisamente parecía haber recibido el encargo de darle muerte, dijo dirigiéndose a los demás: "-¿Por qué hemos de matar a estos pobres frailes que no nos han hecho ningún mal? Sería un crimen imperdonable. Parecen hombres buenos y no nos harán traición". Unánimemente fue aceptada por todos esta propuesta, y no sólo dejaron a los dos religiosos con vida, sino que les devolvieron todo lo que les habían robado, dinero, ropas y caballos.

Cuando Fray Tomás volvió a Siena, certificó por escrito, y luego me contó a mí que en el instante en que invocó la ayuda de Catalina, esta dijo a una de sus compañeras: "-Mi Padre confesor se encuentra en un gran peligro", y levantándose de donde estaba, fue a su oratorio y se puso a orar. No puede ponerse en duda que fue la eficacia de su plegaria lo que produjo un cambio tan extraordinario en la disposición de los ladrones y podemos suponer también que no cesó en su oración hasta que los religiosos recobraron su libertad y fueron puestos de nuevo en posesión de lo que les había sido robado. Es, pues, evidente que Catalina estaba dotada del espíritu de profecía, pues captó a distancia de más de cuarenta kilómetros una invocación mental que fue dirigida a ella y tuvo el poder de otorgar inmediatamente la ayuda que se le pedía».

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