sábado, 10 de noviembre de 2018

Sobre el humor negro reaccionario en medios virtuales

Desde hace unos pocos años se viene instalando en las redes sociales un perfil de reaccionario que emplea el humor negro para hacer propaganda de su ideología. Y si bien constatar lo siguiente no es el objetivo primordial de este artículo, al menos no lo es personalmente, tengo la sensación de que usan el humor negro porque no son capaces de articular razonamientos más complejos ni de profundizar demasiado, por lo tanto, en las ideas que caricaturizan: que en el fondo creen agudas y cruciales las mistificaciones y simplificaciones de sus caricaturas cada vez más inoportunas e impotentes. No es sólo que su consustancial prepotencia humana ciegue sus consciencias sobre las mediocridades de sus palabras lo que, a fin de cuentas, nos sucede a todos de un modo u otro — lo advierte hasta la biblia, que en Mateo 7:5 dice: «saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano».— : es que además tienen miles de seguidores que aplauden por sistema su brutalidad.

autorretrato caricaturesco de goya
Autorretrato de Francisco de Goya donde
se caricaturiza a sí mismo como
a un Autor Importante.
 

La caricatura es, en sí misma, una herramienta de simplificación para la comedia. En esto consiste simplificar, consiste en extraer una imagen simplificada y en consecuencia ridícula de una realidad compleja. Allí donde el esperpento literario buscaba lo esencial mediante la deformación de la realidad, la caricatura virtual se confía a la mera propaganda de cualesquiera ideales que defienda en oposición al objeto de su caricaturización, usando el ridículo como medio humorístico —o más bien como remedio: la intención política es diáfana. El esperpento convertía en abominables diferentes rasgos de la realidad cotidiana que nos pasan desapercibidos no para hacer de ello un objeto de chiste, de entretenimiento lúdico y vacío, lo que sería legítimo, sino para aleccionar y comprender mejor detalles y matices concretos de esta realidad. Es así que mientras el esperpento esclarecía, la caricatura enfanga. No se trata aquí de situar uno sobre otro por los fines cómicos o literarios de sus pretensiones, puesto que se puede hacer estupenda literatura con la caricatura —qué es si no la sátira, Céline, Voltaire, Swift, S. Thompson…, además del ingenio y la sutileza que demuestran algunos caricaturistas gráficos, entre ellos el propio Goya, quien empleó estas técnicas de deformación de los rasgos en multitud de pinturas—, sino del modo en que operan sobre las ideas, la manera en que nos acercan o nos alejan de una comprensión pertinente quienes se excusan en el humor negro para ofrecer al mercado virtual falsas contradicciones internas y variopintas estupideces que deleiten al público conservador, todavía masivo.
 
La caricatura es, por lo tanto, una herramienta de simplificación en pos del ridículo. El problema  de la caricatura virtual es la manera en cómo toma los discursos minoritarios más bobos de los elementos más simples fingiéndolos una totalidad. Es de este modo como la caricatura troca en propaganda. El humor negro virtual usa, más concretamente, el recurso de la incoherencia como fin en sí mismo: mostrando las incoherencias conductuales de los elementos reprobados refutamos la teoría y mostramos a quienes la sostienen como seres ínfimos, ridículos, estúpidos. El ingenio que el reaccionario pueda tener no entra aquí en discusión: rara vez tienen verdadero ingenio, y cuando lo tienen, éste queda como decíamos en el primer párrafo opacado por una deficiente capacidad de comprensión. El problema, permítanos insistir, es que estas incoherencias sólo existen en la simplificación sofística del reaccionario: es una prueba de mala fe criticar una idea centrándose únicamente en sus puntos más endebles o insostenibles, en lugar de pretender una comprensión global del discurso tomando como referencia los argumentos más consistentes del oponente —cabe preguntarse aquí, lo admito, si acaso será posible hacer humor de otra forma. Si la filosofía no es, dicho gratuitamente, la sofisticación máxima del humor—. En otras ocasiones todavía menos legítimas, el recurso del reaccionario consistirá en la falsificación de las opiniones, en la invención de afirmaciones burdas que pueda burdamente denostar. Últimamente abundan, por ejemplo, distintas noticias falsas sobre diferentes movimientos sociales, donde se acusa al movimiento concreto que se pretenda escarmentar de toda clase de mezquindades e imbecilidades a fin de satisfacer a este público reaccionario hambriento de nuevos motivos para sentirse poseedores de una audacia que en absoluto poseen. Desde luego que este boom de las fake news atraviesa una guerra política encubierta donde todos los bandos partícipes y anhelantes de su ración de votantes buscan desacreditar al oponente mediante difamaciones pseudo-humorísticas; pero también es sencillo encontrar aquí los elementos acríticos mencionados anteriormente: la tentación de las fake news no sólo estriba en este anhelo de agresión y defensa, sino que del mismo modo señala y participa de la mediocridad general de las discusiones virtuales, donde los buenos argumentos son encubiertos por la inmundicia y las agudezas convertidas en pantomimas espeluznantes.

El humorista reaccionario virtual se sabe, pues, los eslóganes del oponente, de esto no cabe la menor duda. Y es de estos eslóganes de donde extrae, o mejor dicho, imaginar que extrae, el contenido torticero de sus burlas; es decir, que para el humorista reaccionario virtual el humor es una especie de eslogan a la inversa: troca el chiste en propaganda y, en un último estadio de inescrupuloso retorcimiento, la propaganda en chisme. Y si bien puede decirse, con cierta razón, que todo chiste es una forma de propaganda —o que toda propaganda es una forma de chisme— no todo chiste opera su propaganda de la misma forma, es decir, mediante el sistema de fingir crítica al pensamiento dominante por la higiene de un sarcasmo cuando se hace propaganda del mismo pensamiento dominante por otros medios.

Su humor, el humor del humorista reaccionario virtual, aunque en apariencia prepotente pertenece al ámbito de lo agónico, con un tufillo agrio o simplemente pasivo-agresivo. Es frecuente que el chiste consista en un hombre “conservador” corrigiendo a otro hombre o, como suele ser el caso, a una mujer “progresista” —categorías dicotómicas que empleo únicamente por utilitarismo— donde éste segundo hombre o esta mujer terminen acorralados por la retórica  —en el fondo mediocre— del primero y espetando, histéricos, alguna vaguedad injustificable. Son chistes esquemáticos, algunos más ingeniosos y otros menos, que dicen mucho sobre las necesidades afectivas y las ideologías de base de quienes los hacen.

Es una obviedad señalar que todo chiste necesita un aparato cultural que lo sustente, porque de otra forma no existirían chistes, como no existirían artes: no se puede, ni siquiera, hacer humor sin una preconcepción ideológica de la naturaleza. Esta cuestión es baladí, con la salvedad de su presunta negación: el humorista, no sólo aquí el reaccionario, se defiende a menudo negando que él esté reforzando o manipulando un estereotipo. Su humor es, entonces, un humor ex nihilo que sólo su mente demiúrgica engendra. O más que demiúrgica, porque el demiurgo platónico no era un creador, sino un arquitecto, un poeta del cosmos que empleaba material preexistente —la chóra— , se trataría de una mente divina en un sentido bastante solipsista. Esto no significa, por supuesto, que todo humor sea político en un sentido chato del término, sino que el humor recoge, manipula, reafirma o reniega de ideas que él no engendra: sobre las cuales él mismo es formado como individuo. Otro debate sería si el humorista reaccionario, por ejemplo, al menos del reaccionario inconsciente, refuerza las ideas conservadoras y los estereotipos, prejuicios, opresiones, etc., que utiliza en sus chistes o si, al contrario, alivia una tensión que existe más allá de sí y que sin este alivio explotaría por otro lado.

Cabe añadir, a este respecto, que el humor reaccionario no lo es porque escoja material, por ejemplo, misógino, sino porque los objetos de sus chistes son las mujeres violentadas: es de ellas de quienes se ríen. Se puede,  por último y como escribimos en un artículo anterior sobre el humor negro, hacer chistes donde el material del humor sean atentados, violaciones, maltratos, muertes grotescas, enfermedades, etc., sin que el objeto de nuestro chiste sean las víctimas de los mismos, sino los verdugos. Es importante destacar esta diferencia, a fin de comprender mejor de qué estamos hablando al referirnos al humor negro reaccionario. Luego puede parecerle, a cada cual, de mejor o peor gusto, de más o menos calidad; pero en ningún caso el mensaje es el mismo. Lo transgresor, en este caso, no es sólo invertir el objeto del chiste, como cuando se hacen chistes sobre blancos del mismo modo que sobre negros, sino también es subversivo cuando se modifica el objeto del chiste y se traslada éste al verdugo o a la propia situación dramática sin meramente invertirlo.

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