martes, 6 de diciembre de 2016

Fragmento: Historia y utopía (Emil Cioran)

Historia y Utopía es el noveno libro del escritor rumano Emil Cioran, el cuarto escrito en francés. El texto, publicado en 1960, es un ensayo breve rebosante de ironía maliciosa sobre los tratamientos históricos utópicos de la deriva humana.

fotografía de emil cioran de joven
Emil Cioran

«Si las acciones son fruto de la envidia, entenderemos por qué la lucha política, en su última expresión, se reduce a cálculos y a maniobras apropiadas para asegurar la eliminación de nuestros émulos o de nuestros enemigos. ¿Quieres dar en el clavo? Hay que empezar por liquidar a los que, desde el momento en que piensan con arreglo a tus categorías y a tus prejuicios y han recorrido a tu lado el mismo camino, sueñan necesariamente en suplantarte o en abatirte. Son tus rivales más peligrosos; limítate a ellos, los otros pueden esperar. Si me adueñara del poder, mi primera ocupación sería la de hacer desaparecer a todos mis amigos. Proceder de otra manera es malvender el oficio, desacreditar la tiranía. Hitler, muy competente en la materia, dio pruebas de sabiduría al deshacerse de Roehm, el único hombre a quien tuteaba, y de buena parte de sus primeros compañeros. Stalin, por su parte, no hizo menos, y de ello dan testimonio los procesos de Moscú. 
 
Mientras un conquistador triunfa, mientras avanza, puede permitirse cualquier delito; la opinión lo absuelve. Todo depende del momento en el que se mata: el crimen en plena gloria consolida la autoridad, por el miedo sagrado que inspira. El arte de hacerse temer y respetar equivale al sentido de la oportunidad. Mussolini, el típico déspota torpe y desafortunado, se tornó cruel cuando su fracaso era ya manifiesto y su prestigio se había opacado: algunos meses de venganzas inoportunas anularon la labor de veinte años. Napoleón fue más perspicaz: si hubiera hecho ejecutar al duque de Enghien un poco más tarde, después de la campaña de Rusia por ejemplo, hubiera quedado como verdugo; mientras que ahora ese asesinato aparece en su vida como una mancha y nada más.

Si, en caso extremo, se puede gobernar sin crímenes, no se puede, en cambio, hacerlo sin injusticias. Se trata, no obstante, de dosificar unos y otras, de cometerlos únicamente por intermitencias. Para que se te perdonen, tienes que saber fingir la cólera o la locura, dar la impresión de ser sanguinario por inadvertencia, tramar combinaciones terribles sin perder tu aspecto de bonachón. El poder absoluto no es cosa fácil: sólo se distinguen los farsantes o los asesinos de gran talla. No hay nada más admirable humanamente y más lamentable históricamente que un tirano desmoralizado por sus escrúpulos. 
 
«¿Y el pueblo?», se preguntarán. El pensador o el historiador que emplea esta palabra sin ironía se desacredita. El «pueblo» se sabe ya a qué está destinado: a sufrir los acontecimientos y las fantasÌas de los gobernantes, prestándose a designios que lo invalidan y lo abruman. Cualquier experiencia política, por «avanzada» que sea, se desarrolla a sus expensas, se dirige contra él: el pueblo lleva los estigmas de la esclavitud por decreto divino o diabólico. Es inútil apiadarse de él: su causa no tiene apelación. Naciones e imperios se forman por su complacencia en las iniquidades de las que es objeto. No hay jefe de Estado ni conquistador que no lo desprecie, pero acepta este desprecio y vive de él. Si el pueblo dejara de ser endeble o víctima, si flaqueara ante su destino, la sociedad se desvanecería, y con ella la Historia. No seamos demasiado optimistas: nada en el pueblo permite considerar una eventualidad tan hermosa. Tal como es, representa una invitación al despotismo. Soporta sus pruebas, a veces las solicita, y sólo se rebela contra ellas para ir hacia otras nuevas, más atroces que las anteriores. Siendo la revolución su único lujo, se precipita hacia ella, no tanto para obtener algunos beneficios o mejorar su suerte, como para adquirir también su derecho a la insolencia, ventaja que le consuela de sus decepciones habituales, pero que pierde tan pronto como son abolidos los privilegios del desorden. Como ningún régimen le asegura su salvación, el pueblo se amolda a todos y a ninguno. Y desde el Diluvio hasta el Juicio Final, a lo único a que puede aspirar es a cumplir honestamente con su misión de vencido».

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