jueves, 5 de mayo de 2016

Por qué aunque critiques la tauromaquia no eres moralmente superior a nadie

Por lo general, casi en cualquier asunto de índole moral, criticamos y reprobamos sin enfrentar nuestras incompatibilidades. Un ejemplo que todos los años se repite es el de la tauromaquia. Sé perfectamente que el argumento puede, y suele, ser usado a favor de la tauromaquia como una forma de señalar que, si tú puedes hacer sufrir animales sin prohibiciones, referido a aquellos antitaurinos que siguen una dieta omnívora,  nosotros también. Sin embargo,  más allá de esta falacia soterrada, existe una duda de peso más profunda: ¿cuál es, en esencia, la diferencia entre alimentarse de un animal o usarlo como herramienta en un deporte o en un arte cruel?

Sigamos con el ejemplo de la tauromaquia. Esta diferencia no puede consistir en el placer, pues castigar el placer, es decir, el placer que el torero o el público asistente pueda sentir ante el sufrimiento animal, no tiene sentido, dado que ese caso es meramente subjetivo. Puedes, claro, sentir placer con la tauromaquia, pero eso tampoco implica que el placer sea debido al sufrimiento animal, como un grado de sadismo que encerrase con necesidad todo toreo o público; debemos reconocer, más bien, que el placer es debido al ritual, el cual produce el tipo de sufrimiento animal que acusamos. El sufrimiento (suponemos para el bien de la reflexión que el animal sufre) es un elemento secundario tanto para el torero como para el espectador; en el fondo, ambos son desinteresados del sufrimiento animal. Esto es distinto de ser un sádico. Por lo tanto, el énfasis en este punto no nos sirve. ¿Se puede dañar a un animal a condición de que no sientas placer? Los que sugieren que es un problema de placer sádico, tendrán que admitir que no es moralmente reprobable causarle sufrimiento a un animal si el mismo no te produce ningún placer. ¿Por qué castigar el placer, en lugar de la matanza? Es incluso mojigato...
 
Pues no carece, en realidad, de explicación: porque enfatizando en el placer olvidamos que nosotros, diariamente, causamos ese mismo sufrimiento animal al participar como clientes en la industria cárnica. Lo malo de un baño de sangre no es que alguien lo disfrute, esto en cualquier caso puede valer para discernir con qué clase de depravados nos queremos juntar, sino cómo llenamos la bañera: el sufrimiento causado mediante el proceso logístico y de desangramiento.
 
Tampoco vale la ridícula consideración de que el problema es el sufrimiento como espectáculo, pues de esta forma sólo se estaría diciendo que está bien hacer sufrir a los animales si los demás no nos tenemos que enfrentar con ello: otro modo de proteger la propia sensibilidad rehusando valorar nuestras incoherencias morales en primer lugar.
 
Tanto para alimentarnos, como para el deporte o el arte, el animal sufre. Y es este el nexo común entre ambas expresiones. Es posible una industria cárnica que evite este sufrimiento innecesario, aunque de momento,  envueltos en una lógica capitalista de abaratar los gastos a toda costa para sacar el mayor rendimiento económico posible a la mercancía, esto no sucede; por lo tanto, alguien verdaderamente preocupado debería escoger mejor el lugar donde compra su carne.  También es posible deportes con animales en donde los animales no sufran. Pero en ambos enfrentamos el mismo problema, que es la pregunta velada durante todo este tiempo: ¿tenemos deberes morales con los animales no humanos? ¿Podemos declararnos dueños de las vidas de estos animales aunque les evitemos muchas incomodidades en el proceso? Si no tenemos ningún tipo de deber moral para con los animales no humanos, entonces todo este artículo es baladí. Si por el contrario también reconocemos deberes morales con los animales se necesita comprender qué tipos de deberes puesto que no podemos pedir que los animales tengan ellos mismos ningún tipo de obligación moral.
 
Dejando esto a un lado, la conclusión es la siguiente: al comer carne pierdes toda posibilidad de condenar moralmente la tauromaquia, pues como castigar el placer o el espectáculo no tiene sentido, sólo queda castigar la provocación de sufrimiento, lo que sucede en ambos casos (y más en la industria cárnica). Se puede pensar que la carne es necesaria, lo que convierte el sacrifico animal en algo útil y por lo tanto defendible, pero al menos en gran parte del mundo occidental no lo es. Es perfectamente posible sustituir la carne en una dieta equilibrada; pero esto no significa que todo el mundo deba hacerlo: este escrito no se centra en el hecho de que todos debamos o no debamos pasarnos al veganismo, sino que evidencia la falta de coherencia moral entre quienes critican la tauromaquia pese a consumir carne, y se pregunta si es posible un territorio intermedio. Sostenemos, además, la tesis de que todos enfrentamos incoherencias morales, algunas más sutiles que otras, y por lo tanto condenar carece de sentido: todos hacemos daño. No obstante, si nos desprendemos del argumento de la necesidad, insistir en la carne por comodidad o el placer de su sabor o la simple libertad de decisión, sigue sin ser moralmente superior a practicar este tipo de deportes (entre los cuales convendría señalar muchas diferencias simbólicas, de tipo, etc., pues al menos a la tauromaquia le admito, lo que es por supuesto discutible y subjetivo, un lenguaje artístico propio).
 
Se puede hablar mucho más de la tauromaquia, pero quería depositar la reflexión en este punto: si es coherente o no comer carne mientras que se ataca la tauromaquia. Un argumento a favor de los antitaurinos es el siguiente: puede que desconozcan el sufrimiento que conllevan los mataderos, pues estos se encuentran ocultos y apartados de las centros de las grandes ciudades. Y también es posible insinuar que es más fácil acabar con el toreo que con el consumo de carne, pero esto sólo sirve para el énfasis en iniciar la aniquilación de uno de los dos; sin embargo, no se desprende en ningún caso que el antitaurino de dieta omnívora tenga más razones morales de peso que el taurino.

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